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Francisco Sosa Wagner

Enseñanza moderna

El papel de la filosofía y la historia en los estudios de los niños españoles

Nueva polémica acerca de la filosofía, la historia y algunas otras zarandajas en los estudios de los niños españoles.

Se acusa al Gobierno de borrar de un decretazo la voz sabia de Platón y dejar a la Revolución francesa perdida en el limbo de las fechas y los cometas errantes. Los fementidos conservadores, enemigos de la perspectiva de género, sostienen que vamos a la hecatombe si no se enseña a los estoicos; los de enfrente, por el contrario, se defienden:

–Nadie debe preocuparse. Así ha hablado la del ministerio, una señora con mechas, cuya cabeza es noble bodega de conocimientos, rezadora compulsiva de sus jaculatorias postmodernas.

Parece pues, si creemos a esta bitonga, que no peligran esas pepitas de oro de la cultura que el torbellino de los siglos ha ido diseminando por aquí y por acullá.

¿Quién tiene razón? No lo sé, el tumulto y el estrépito de estos enfrentamientos refuerzan mi condición de jubilado caduco y decrépito. Me hallo perdido.

Con todo, en medio de estas turbulencias dialécticas, me pregunto para qué se quiere atiborrar a los pobres escolares con nombres, datos, doctrinas y otras enseñanzas reumáticas si pueden estar discutiendo por guasap la bofetada que un señor le ha dado a otro en un sarao celebrado en los Estados Unidos.

Un acontecimiento este que es un surtidor de mensajes mientras que ese filósofo del remoto pasado –del que conservamos un busto en piedra– representa un bostezo de tabarra, una evanescencia taciturna. Un mal fario.

La filosofía es una herencia descolorida, una vivencia desterrada del mundo de lo útil y urgente, de lo productivo y guay:

–Lo que cuenta es lo económico y lo rentable –anuncia el pedagogo al tiempo que descansa en su almohada rellena de navajazos dados a la memoria y al esfuerzo, arcaísmos de los carcas aviesos.

Pues ¿y la historia? ¿Hay algo más vetusto que evocar a Julio César y el rastro de sangre que dejó en las Galias, aquellas tierras pacíficas y empoderadas? ¿O a un rey godo, envenenado por sus teologías arrianas? ¿O a un califa agareno?

Al diablo con Hernán Cortés, con Napoleón, con los Papas y hasta con los novatores, a pesar de que fueron los “progres” del XVIII … lo apremiante es acuchillar el pasado desgreñado, enterrarlo como una alimaña odiosa, muerto por el rejón de un presente que se pasea engreído y altivo en sus ignorancias.

Es probable que tengan razón los pedagogos jóvenes que están diseñando el contenido de los estudios. La Filosofía, como la Historia, quizás no sirvan más que para alimentar un ayer apagado cuya huella es un tiempo sombrío atiborrado de fetiches y reliquias.

Preciso es expulsar esas antiguallas y cultivar en los “talleres” la “concienciación socioemocional” y los “bloques temáticos” para acabar dedicados al “marketing” y al “coach”. Por fin, el “blogger” será más importante que el doctor en Filología griega y no digo nada del “influencer” que dispone de un buen posicionamiento en una “start-up”.

Me lo dice mi amigo Heliodoro, más jubilado que yo.

–Tienes que saber, querido autor de estas bagatelas que son tus “Soserías”, que los imbéciles son muy importantes porque aseguran una vida política sin sobresaltos a los magos descarados de las artimañas que salen por la televisión.

Melancólico, añade:

–El resto nos debemos conformar con dormir roncando nuestras penas. O vivir como ese náufrago que cuenta incansable las aves.

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