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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

¿Qué tal, todo bien?

En la España democrática, no sólo los alcaldes sudan la gota gorda para llegar en bicicleta al tajo. También a Sus Majestades, que se quedarían bien a gusto en su palacio, les llega el jefe de protocolo con un recordatorio: han de pasear en bicicleta por la plaza mayor a saludar al jefe de la oposición; estará esperando para que las cámaras recojan su respetuoso gesto y así podamos murmurar para nuestros endinsos: «Com es nota que vivim en democràcia!»

Para que los extranjeros noten que en nuestro país disfrutamos plenamente de derechos conquistados con el esfuerzo antifascista ciudadano de los 70, todos nuestros jóvenes políticos herederos eligen, desde sus primeros años de instrucción, entre bicicleta o coche propio oficial.

Y si un día nuestros monarcas están fatigados, Casa Real toma otra estrategia: sus Majestades cogen la moto, pero tienen la precaución de aparcarla mal para que les pongan una multa. Al día siguiente sale en todos los periódicos para que el pueblo se diga entre dientes: «Cómo se nota que vivimos en una de las democracias más avanzadas del mundo. Si a los reyes se les impone una sanción común es porque nuestros sistemas garantes andan bien engrasados».

A los extranjeros que vienen a visitarnos en Semana Santa se les dice: «¿Ve usted a aquel señor que baja del autobús? Pues es un senador nacional o autonómico. En España es muy frecuente verlos en el transporte público. Y más si son de extrema derecha o comunistas». De hecho, si nuestros alcaldes conocen al dedillo los problemas de quienes les votaron es porque, desde La Torre de la Horadada hasta San Rafael del Río, viajan mezclados entre ciudadanos ignotos que podrán en su día acceder al puesto con pragmática formación popular.

En democracia, el transporte reviste una gran importancia, porque nos sitúa a cada uno en nuestro lugar. Imaginen a un alcalde o a un presidente que tuviera que enfrentar de buena mañana la promiscuidad del transporte público, donde se pueden contagiar de cualquier porquería, o se viera constreñido a buscar aparcamiento, como usted. Nuestras instituciones democráticas entrarían en colapso si no recibieran el trato especial palaciego que ya es institucional por ser tradición secular.

Ya en vacaciones, el rey y los políticos pueden salir al extranjero, donde les tratan de tú como cuando estaban en la clandestinidad, a calzón quitado, y los restaurantes no les abren a las cuatro de la tarde. Y qué gustosa resulta la clandestinidad para un prócer patriota, el poderse mover sin miradas... Qué digo, miradas... ¡Acosos mediáticos promovidos por los intereses nefandos de las cadenas de información en manos de los poderes económicos! Es tan nítida la clandestinidad política en España que hasta parece dotada de las propiedades físicas de la Transparencia. ¡Ay, Transparencia, postinera de derechos e igualdades!

La ciencia política experimental recomienda, a los candidatos que por problemas de roce no pueden pedalear, que estrechen muchas manos, que aparezcan de repente haciendo el ridículo en la huelga de transporte o en la cofradía, en donde no se les ve nunca, aprovechando la sorpresa del transeúnte que les tocará por primera y última vez. Y si algún ciudadano, ciudadana o ciudadane se disgusta recodándoles en voz alta que nunca mejoraron lo suyo, será un detalle efímero que, bien usado, dará lugar a recordar en redes lo maleducada e irrespetuosa que es la chusma cuando te mezclas con ella.

Por lo demás, en todas partes suben los impuestos, se encarece la vida, ponen multas y la ventanilla te dice electrónicamente vuelva usted mañana. Y en el programa de cotilleos, en la peluquería o en el bar, se oye el latiguillo «estamos en una democracia», porque si no se oyera, habría que sacar al alcalde, al president y a la oposición a pasear por las calles a preguntarnos cómo nos van las cosas, con lo ocupados que están trabajando para nosotros, por favor.

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