Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfons García03

A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

El dinosaurio en la puerta

El dinosaurio en la puerta

Nací en mayo del 69. Algunos llevaban ya un tiempo buscando arena de playa bajo los adoquines. Pero uno vio pronto que cerca no había asfalto ni nada parecido. Solo calles de tierra con boquetes y matas salvajes. El asfalto sería, pronto, el primer síntoma de que la modernidad (y la democracia) habían llegado. El otro, pronto también, las bolsas de benzol en el patio del colegio y, enseguida, las jeringuillas en los rincones. Las tiendas fiaban, se pagaba poco a poco en una libreta donde el tendero controlaba la tensión crediticia del barrio, las novelas de vaqueros se alquilaban en el quiosco y los veranos eran lentos y sudorosos. La mayoría de los de mi generación podemos medir el paso del tiempo según dónde estábamos en los grandes acontecimientos de este país y de este mundo, contemplados a distancia desde este pequeño rincón. La muerte de Franco, el 23F, las olimpiadas de 1992, el 11S y el 11M. A partir de ahí, todo se acelera y se confunde. Al menos, a mí. Ha pasado tanto que casi no recuerdo lo importante. Los hitos se suceden, como si cada semana necesitáramos una urgencia.

Los políticos de aquí han querido que el tema de estos días sea la tasa turística, un proyecto muy de la política de este tiempo, extracta casi todo lo bueno y lo malo. Es una iniciativa de pacto, en la que los tres partidos progresistas del gobierno ceden para sacar algo adelante. Pero al final lo que prima es el fuego de artificio y el espectáculo partidista, el querer hacer más que el hacer, porque unos han transigido con algo en lo que no creen e intentan alejarlo del horizonte cercano y a otros lo que les interesa es usarlo ya como bandera electoral, que al final es lo que cuenta. Y, al otro lado, la oposición intenta sacar tajada con medias verdades, como si el mundo se fuera a acabar mañana con la tasa, cuando al final la potestad de aplicar la a los turistas la tendrán los ayuntamientos y, en todo caso, no lo podrán hacer, como pronto, antes de 2024. Al final, todo es tan oscuro y enrevesado que no es de extrañar que el de la calle no entienda nada. O peor, que entienda lo que no es. Eso está pasando con la política de estos días, que es demasiado táctica. Solo apta para convencidos e iniciados. Para los que se creen el sistema.

Y mientras tanto, los que conducen parece que se han olvidado de mirar por el retrovisor. De vez en cuando surge una encuesta o un estudio que vislumbra que algo está hirviendo en las entrañas de la sociedad, pero uno tiene la sensación de que la divina izquierda prefiere regodearse en sus mundos ideales y en sus dulces batallas antes que girar la cara a ver qué viene por detrás. Podemos quedarnos en catorces de abriles y batallas de Almansa, en agendas descentralizadoras y Españas diversas y plurales, pero cuando varios estudios indican que crecen (hasta ser mayoría) los que quieren más España (más centro, entiéndase) y menos autonomía y que el sentimiento españolista se ha acentuado hasta ser equiparable al de otras comunidades sin otra cultura oficial es que algo está sucediendo en la trastienda. Y no lo estamos viendo con la atención que merece. O no lo estamos queriendo creer, que es peor, porque un día el dinosaurio estará llamando a la puerta y no habremos pasado el pestillo. Hay datos suficientes para vislumbrar que el dinosaurio ha empezado a moverse, que con la pandemia y la guerra se han acentuado tendencias que se habían despertado antes, en especial en Alicante, y que no se les está prestando la atención suficiente.

Dicen que con el paso de años se piensa más en la infancia. Lo puedo confirmar. El otro día leía en una columna tocada de gracia (otra más) de Leila Guerriero (El País) que la tarea de unos padres con sus hijos debería ser enseñarles a ser viejos. A estar de pie cuando se llegue allí. A pensar que nada está perdido hasta que todo esté perdido. La tarea, también, de los que hoy tenemos alguna responsabilidad mayor en esta singular fauna debería ser mostrar a los jóvenes que no hay nada inexorable, que se puede vencer al dinosaurio. Que requiere esfuerzo, fe e inteligencia. Pero se puede. Que siempre quedará arena de playa bajo el alquitrán del escepticismo.

Compartir el artículo

stats