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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

Los celos

Voto siempre lo más a izquierda posible y me he forzado a mí misma para poner mi voto a Mélenchon el domingo en la urna. Creo que era la buena elección porque si los demás lo hubieran hecho se habría llegado al uno por ciento necesario. Y el domingo que viene votaré en blanco porque, aunque fuera por evitar a Marie Le Pen, me resulta imposible votar a Macron. ¡Qué malos tiempos!».

De esta conversación con una amiga francesa deduzco que el resultado de las elecciones francesas va a ser decepcionante para todos: el voto en blanco no gana elecciones, es el voto vencido contra el voto convencido. Pero si resulta imposible soportar a un candidato, si se nos ha metido lo suficientemente en el barro, no existe otro medio de encajar los remordimientos. Ergo, siempre pierden los que tienen remordimientos, sentimientos, respeto, lógica, un código moral y demás antigüedades de nula utilidad. Me parece bien. Así, los que ganan, no tienen que pelearse entre ellos, sólo sacar más ganancia de la que saquen los que no han pasado el listón.

Me resultaría sospechoso que este nuevo estilo de vida esté calando tan bien en la sociedad, si no fuera porque las sociedades europeas no pueden ser más decadentes. ¿Cómo puede mantenerse un continente que no produce materias primas esenciales y a la vez proveer a sus habitantes de ayudas a la sanidad o para entrar en la universidad, en vez de endeudar a los jóvenes para que paguen con su posterior trabajo? Y si nos ponemos a cuestionar nuestras instituciones, ¿cuánto nos cuesta la justicia? En México la policía tiene que hacer frente a los ladrones en condiciones extremas, por lo que dicen que es fácilmente corruptible. Si ellos pueden gastar tan poco en policía, ¿por qué no podríamos hacer lo mismo nosotros? Al fin y al cabo a las clases no privilegiadas no les roban en la calle, y las privilegiadas sí necesitan ese servicio esencial.

Da igual que nuestra erudición abarque desde los motores de explosión a la extracción de la asafétida, nunca se podrá resolver una duda mientras no se vea claramente cuál es el problema. Y otra vez caemos en el mismo ritual de pensar que podemos hacer algo. Al final resuena la frase atávica: «¿Vas a dejar que esos sean los malos de la tribu los que dirijan todo?»

Un atisbo de duda es lo que se temen los detentores momentáneos de todo. Que en día de lluvia, las personas que ya ni se desencantan, se rindan o se rebelen. Aunque rebelarse... ¿contra qué?

Mi amiga pasa a otra cuestión: «Mis hijos se van de vacaciones en julio. ¿Se pueden quedar contigo?» A la vez que una horrible maldición azota el mundo, las cosas siguen su curso. «Por supuesto» -le respondo mientras Putin dice en la radio que pondrá en juego armas nucleares. ¿Cuál es nuestro problema si los hijos de Odile están ya planeando sus vacaciones? ¿La gasolina, el gas, el virus, el girasol oil? Vivimos entre amenazas de fuerzas invisibles, incomprensibles. Acabamos sin querer como el celoso, que siente una reacción violenta, sin atinar con qué causas lo producen.

Los celos son una fuerza realmente fuerte y dinámica. Fantasmas que salen de un corazón traicionado, y se van adaptando a otras necesidades no afectivas de la vida. La humanidad pacífica, la que vive tranquila lejos de las líneas de batalla, mata por celos. Mata por no tener. Celos se han visto en las cortes más sabias, en los parlamentos, celos entre hermanos, entre parejas, entre niños, entre ancianos. Celos por cosas que, aisladamente, carecen de valor, que pero que reunidas en nuestra mente de la forma más básica, tienen cierta gracia poco común que nos atrae hasta el punto de perder completamente el respeto a todo con tal de satisfacer nuestro deseo de tenerlas o de que desaparezcan.

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