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Tribuna

Alberto Soldado

Emociones desbordadas en Pelayo

El Joc de Pilota muestra la cara de su alma emocionada. Cruza la cancha de Pelayo Batiste Soro, hijo del Tio Pena, grande que fue en tiempos del Mestret y de los Pangos de Rafelbunyol. Tiempos duros en los que conoció el amargo sentir de la represalia por sus ideales, como si el pensar fuera un delito. El tío Batiste vio crecer en las paredes de su trinquete al trío de Museros y se le caía la baba viendo la elegancia, la clase y el saber estar de su hijo mayor que a muy temprana edad se convirtió en el rival más serio de Rovellet y que conquistó el máximo título en el año 1965, en compañía del Xato de Museros. Con la misma elegancia y compostura de sus tiempos de figura cruzó Batiste la cancha entre una atronadora ovación. Era el homenaje que la Fundació quiso ofrecer a uno de los nuestros.

Comenzó el duelo, sin un asiento libre en las gradas. Y allí, una marea azul, llegada desde Murla, Xaló y de la Vall de Laguart, diríase que de toda La Marina, se emocionaba con los eléctricos golpes de Giner, con su poderosa volea, con su alegre impetuosidad. Un chaval que hace cuatro días jugaba la Lliga de Llargues e impresionaba en la calle de Monticiano, en La Toscana italiana, alcanzando la Champions de la especialidad, se presentaba en la máxima final de la modalidad más estética y más poética de todo juego de pelota a mano. Verle a los 23 años dibujar el criterio a velocidad de la luz provocaba los gestos de admiración de un público entregado a su consagración. Allí, con el desparpajo de un torero, entre aclamaciones, cruzaba con la toalla al hombro las losas que un lejano día pisara su paisano, José Vicente Riera Calatayud, el Nel de Murla. El marcador mostraba publicidad y fotos de figuras históricas, como si los ojos de todos los grandes de otros tiempos quisieran disfrutar de los maravillosos golpes que allí se esculpían. El marcador señaló un 45-30 a favor del trio de La Marina: Giner, Tomás y Héctor, magníficamente acompañados del feridor Adrián de Alginet, la reencarnación de Hernández de Llíria. Alguien recordaba que las partidas no se ganan hasta llegar a sesenta. Otros no querían acordarse de la maldición aquella de que suele perder quien llega primero a los 45. Y todos podían admirar la templanza del campeón de Vinalesa, inmutable ante lo que allí sucedía, sin errar una sola pelota, dando confianza a su compañero Santi que principió el duelo con algunos atolondramientos; convencido Puchol, con sus compañeros, Santi y Carlos, de que allí no estaba dicha la última palabra. Y a partir de ese momento, a Giner le temblaron las piernas en algunos, en unos pocos golpes, eso que suele pasar cuando ves cercana la meta soñada. Necesitaba que su compañero Tomás rematara algunas jugadas pero el de Xaló bastante hacía con parar los misiles de Santi, cada vez más demoledores. Y se llegó a la igualada, y a la remontada de Puchol. Con todo, el marcador llego a apretarse al máximo, con la igualada a 55. Desde el dau Puchol remató sin contemplaciones,. Venció la fiabilidad del campeón de Vinalesa, que por algo es el número uno. En partidas tan apretadas los detalles son determinantes. Puchol no erró, todo lo hizo bien. Lo hizo ante quien tiene trazas de ser su sucesor.

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