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Inmaculada Gónzalez-Carbajal

Maniqueísmo

Mujeres en la universidad.

La perspectiva maniquea de todo lo que acontece es un recurso muy útil para la manipulación de las personas y está de plena actualidad en estos tiempos. Dividir el mundo en buenos y malos resulta muy cómodo, porque no exige ningún tipo de análisis ni obliga a tener que comprender la perspectiva del que piensa de otro modo; además, es conveniente para la hegemonía imperante en cualquier orden. El problema es que este funcionamiento polariza la sociedad y suscita un enganche emocional que alimenta antipatía hacia las diferencias o hacia todo aquel que no comparte nuestra visión, lo que nos lleva a perder de vista los intereses comunes y la importancia de trabajar por todo lo que nos une.

El maniqueísmo, que tiene su origen en la religión universalista fundada por el persa Mani en el siglo III, se utiliza para referirse a la actitud de quienes se acercan a la realidad desde una perspectiva dual, sin considerar otros matices ni tener en cuenta otras visiones; es, por tanto, un enfoque que polariza y divide, porque sólo contempla dos opciones enfrentadas. Además, la opción en la que se coloca cada uno es considerada como la buena o la correcta, mientras que la contraria es menospreciada o valorada como mala o negativa. De este modo, es imposible establecer un diálogo, escuchar otros posicionamientos y comprender otras opciones, y es por eso por lo que resulta muy útil para dividir la sociedad y alimentar enfrentamientos. La pregunta que podemos hacernos es: ¿quién se beneficia de ello?, ¿a quién interesa que la sociedad esté enfrentada?

En los últimos tiempos, el maniqueísmo político va de la mano del maniqueísmo que también exhiben los medios de comunicación, tanto en la forma de dar la información sobre la actualidad como en la que manifiestan en algunos programas de debate, en los que los contertulios expelen sus opiniones sin escucharse unos a otros, porque no están dispuestos a cambiar un ápice la opinión que tienen formada y la perspectiva en la que están instalados. Este maniqueísmo en la política es un recurso muy utilizado, sobre todo cuando no hay argumentos sólidos. El representante de un partido se presenta como la única opción posible, porque el contrario representa el caos y el desorden, y, por tanto, es malo para la sociedad. En muchos casos, los argumentos de algunos políticos están basados únicamente en la crítica y el menosprecio de lo que hacen los rivales de otros partidos. Lo que resulta curioso es que la mayoría de los políticos muestran una gran sensibilidad para captar y poner de relieve los errores del contrario, pero ni ejercen la autocrítica ni se reconocen las faltas de los colegas que profesan la misma ideología; antes, al contrario, defienden con argumentos de lo más peregrino lo indefendible. El problema de esta forma de hacer política es que provoca una gran polarización social, que genera situaciones impensables hace unos años. Así es que, en un contexto de aparente «tolerancia y libertad», hay corrientes de pensamiento dominantes y se cultiva la estigmatización de lo diferente en todos los ámbitos; todo aquel que piensa, reflexiona y cuestiona es sospechoso, y en cierta medida, un peligro para la ideología imperante; por eso, se le califica despectivamente, para distinguirlo de la mayoría, que sólo ve blanco o negro y se siente muy segura en esta visión de la vida simple e infantil.

Hay también una cultura que alimenta una moral maniquea; la encontramos en el trasfondo de productos culturales de todo tipo: películas, series de televisión, cómic, literatura, etc. El interés de todo ello está en fomentar una perspectiva de buenos y malos que propicie una opinión pública favorable a determinadas decisiones políticas.

Vivimos tiempos de peligrosa polarización, que sólo analiza y percibe la realidad y todo lo que acontece desde dos perspectivas que no se complementan, sino que se excluyen. El inconveniente de esto es que provoca una radicalización de las opiniones, una expresión sesgada de la información y, con todo ello, fomenta una sociedad infantilizada, movida por emociones y sin criterio propio, y manipulada según los intereses de quienes dirigen o controlan una determinada situación.

La paradoja de estos tiempos es que, tras la aparente libertad de expresión, existe una manipulación, de corte maniqueo, que secuestra la libertad de pensamiento y el derecho a la reflexión.

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