La atmosfera de Ronchamp propicia el encuentro con nuestro yo más profundo y nos empuja a formular preguntas acerca de nosotros mismos, preguntas que raramente nos hacemos en nuestra vida cotidiana». El arquitecto Rafael Moneo confiesa su experiencia íntima a propósito de la Capilla de Ronchamp construida en 1955 por Le Corbusier. El texto está recogido en el ensayo Sobre Ronchamp (Acantilado) que el arquitecto navarro dedica a la iglesia que supuso un punto de inflexión o un antes y un después en la arquitectura religiosa del siglo XX. El sentimiento de Moneo a propósito de la visión de la capilla, este espacio que nos interpela a «nuestro yo más profundo», testifica la experiencia singular ante determinadas creaciones de arte, obras literarias, películas, conciertos, espectáculos teatrales. Ese «encuentro» plástico, arquitectónico, musical, cinematográfico, etc. que como señala Moneo a propósito del templo religioso en un momento de nuestras vidas nos ha conmocionado con fuerza : «El impacto de lo estrictamente sensorial es tan fuerte que llega a influir en nuestro estado de ánimo, en nuestros afectos».

Quiero recordar algunos de esos «encuentros decisivos», algunos de esos momentos en los que nos hemos visto afectados o conmovidos, excitados o estremecidos ante la experiencia, visión o contacto con una determinada obra o creación artística. Pienso ahora, en una exposición ya lejana a la Fundació Miró de Barcelona ante los cuadros de del pintor Mark Rothko, paralizado delante de esos grandes campos de color que nos interrogan y se expanden misteriosamente ante nuestros ojos. O en un viaje camino de Roma, una parada en la localidad de Bomarzo donde nos sumergimos en ese jardín poblado de «monstruos» construido en 1547, el periodo donde el Renacimiento deja paso a un juego de artificios y extravagancias, inmersos entre figuras mitológicas y animales fantásticos acechando entre los árboles y las plantas. La visión del jardín renacentista me devolvía a mi infancia y el bosque mágico poblado de nuestros sueños y pesadillas.

El impacto que supuso la Capilla de Ronchamp en la arquitectura religiosa acabaría traduciéndose, ahora con el espíritu renovador del Concilio Vaticano II, en la edificación de una serie de templos «modernos» acordes con los nuevos tiempos y la puesta al día de la Iglesia. La nueva ola vaticana. En el País Valenciano contamos con algunos de estos ejemplos, desde un perfil más modesto a ejecuciones más ambiciosas, algunas de las cuales ya figuran en el registro del patrimonio arquitectónico moderno. Los vecinos de la ciudad de València nos hemos familiarizado con la silueta del Centro Parroquial San José en la Avenida del Puerto obra del arquitecto Juan José Estellés construido hace sesenta años y que ejemplifica ese mensaje renovador que unos años antes Le Corbusier había proyectado en el templo de Ronchamp. En ese espíritu de renovación y también celebrando sus sesenta años de realización pero en otro género arquitectónico, hay que anotar la estación de servicio El Rebollet de Oliva, obra del arquitecto barcelonés Juan de Haro Piñar. Varias generaciones de valencianos, de viajeros y turistas a su paso por la nacional 332, antes de entrar a la localidad de Oliva, quedaban sorprendidos por la aparición en el horizonte de unas extrañas y vanguardistas formas a manera de hongos gigantes; siluetas más propias de una película de serie B de ciencia ficción que de una estación de despachar gasolina. La publicidad de la época anuncia el nuevo complejo como «la más moderna estación de servicio de Europa». Entre otros adelantos, contaba con bar-restaurante, cafetería, terraza, aparcadores, surtidores, etc y además, haciendo hincapié en el mensaje publicitario en que «todos los servicios están atendidos por señoritas». A lo largo de estos sesenta años la estación de servicio El Rebollet ha servido de paisaje sentimental, punto de encuentro y celebración social, referencia geográfica y espacio de la memoria, todo ello en ese periodo de tiempo y momento histórico cuando la palabra turismo señalaba el nuevo maná y la línea de la costa, la portada de la modernidad. Frente a la austeridad ornamental de los nuevos templos del Concilio Vaticano II , las estaciones de servicios se transformaban en las nuevas catedrales del consumo y ocio.