Creo suponer, acertadamente, que nuestra trayectoria profesional nos aporta una perspectiva proporcionalmente significativa, capacitando para realizar un diagnóstico certero en nuestro ámbito de trabajo. Mi vida laboral, la cual calificaría de precoz y extensa, tiene sus comienzos en el desempeño de varios oficios compaginados con los estudios superiores, así como también de manera breve, en el ejercicio profesional de mi especialidad al mes de licenciarme. Portando esta mochila, embarqué tempranamente en la que considero, sin vacilación, la mejor profesión del mundo, una apasionante y enriquecedora travesía de veinte años en activo en el cuerpo de profesores de enseñanza secundaria. Ello me ha brindado la oportunidad de recorrer, mejor dicho, vivir diferentes territorios de la geografía española, desempeñando cargos de coordinación docente y motivando la continuación de mi formación e investigación. Cabe mencionar, como un capítulo nada desdeñable de esta andadura, la superación del proceso selectivo de acceso a la función pública. No obstante, dicha trayectoria no es interesante por su singularidad, ya que representa el camino recorrido por miles de docentes, ejemplificando la dedicación patente que realiza este colectivo en su trabajo y formación. Todo ello pese a percibir, probablemente, un feedback escaso por parte del sistema educativo, de los medios (donde priman las noticias negativas) y de un prestigio social mejorable en nuestro país.

Es un secreto a voces que el sistema educativo en España necesita mejorar, como también que esta mejora va de la mano de unos recursos suficientes y de unas condiciones laborales normalizadas en la profesión docente. Cabe explicar, además de la inestabilidad ocasionada por un marco legislativo cambiante en materia educativa, la injustificable carencia de regulación estatal en las condiciones laborales propias del sector educativo, no contempladas en el Estatuto Básico del Empleado Público (como así revela el articulo 2.3 del citado EBEP). Es necesario dignificar el desempeño didáctico, empezando por la implementación de un estatuto docente que establezca, entre otras cuestiones, las horas lectivas, las ratios, los complementos o el derecho a la carrera profesional. La mejora de la calidad educativa, trascendental para los proyectos de vida de las futuras generaciones, requiere atender indisolublemente a la realidad del aula y del trabajo docente. Con demasiada frecuencia la enseñanza aprendizaje se convierte prácticamente en una proeza, considerando unos espacios reducidos con ratios elevadas de hasta treinta estudiantes en un grupo clase inclusivo. En este sentido, la adecuación de las ratios para una correcta atención del alumnado, la simplificación de la excesiva burocracia que soporta este colectivo o los tiempos y espacios para la investigación y actualización de la práctica pedagógica, dejando de lado aspectos más mediatizados como la formación y el acceso a la función docente (merece capítulo aparte), constituyen elementos de suma importancia para una regeneración educativa inaplazable.

Este mes de abril, escenario de la Semana de Acción Mundial por la Educación con el lema: «Alza la voz por el profesorado» y antesala del Día Internacional del Trabajo y fiesta de San José Obrero, es un momento idóneo para reivindicar, desde una perspectiva independiente, centrada y coherente con la experiencia: un buen trabajo y una mejor educación. Por lo cual, más allá de apelar únicamente a la profesionalidad y resiliencia del cuerpo docente, es preciso canalizar sinergias hacia un sistema educativo óptimo, ajeno a péndulos ideológicos o políticos.