“Con nuestro trabajo no se juega (...) En primera línea, defendiendo lo nuestro, lo mío, lo de José y lo de Lino que también estaba allí. Y cuando nos encerramos allí no éramos ochenta, éramos doscientos, entre eventuales y fijos”.

Así explicaba Santa, protagonista de la película Los lunes al sol, interpretado por Javier Bardem, la lucha que mantuvieron los trabajadores de una ciudad portuaria de Galicia antes de que cerrasen los astilleros. El fragmento continuaba con un diálogo donde otra persona le recriminaba que, al final, la lucha no sirvió de nada y que ya se le olvidó a todos. Santa le responde: «conseguimos estar juntos, eso a mí no se me ha olvidado».

Este fragmento permite dibujar a la perfección el espíritu del 1 de Mayo. Fue en la ciudad de Chicago, a finales del siglo XIX, cuando se convocó una gran huelga con el fin de reivindicar la jornada laboral de ocho horas, pero una brutal intervención policial acabó con varios manifestantes muertos. Tras un juicio trucado, se condenó a muerte a algunos de estos líderes obreros. La Segunda Internacional reaccionó y puso en marcha la conmemoración del 1 de Mayo como fiesta del trabajo, recordando para siempre la lucha del movimiento obrero de aquel día de 1886.

Casi siglo y medio después, el trabajo sigue siendo el pilar fundamental de nuestras sociedades. Las carreteras, los metros, los autobuses y los trenes de cercanías siguen llenándose cada mañana de mujeres y hombres, de gente racializada, de jóvenes y adultos que se dirigen a su centro de trabajo.

Seguimos construyendo, hoy en día, parte de nuestra identidad a partir de nuestra profesión. Somos profesoras, agricultores, enfermeros, médicas, autónomos, oficinistas, obreros, pescadores o transportistas. Somos clase trabajadora. Y aunque algunos solo vean españoles y apelen a una gran nación, sin diferencia de intereses entre los trabajadores y los empresarios o entre la ciudadanía y la oligarquía, la realidad es que una trabajadora de un Zara de València tiene más intereses en común con un empleado de una multinacional de Alicante que con los dueños de los respectivos negocios, por muy españoles que sean todos ellos. Cuando hablamos de empleo lo hacemos de sueldo, de condiciones laborales y de calidad de vida. En esta discusión no entran las banderas ni los himnos.

Por eso, cuando el Ministerio de Trabajo que dirige Yolanda Díaz realiza 7.137 inspecciones de trabajo en el campo y sanciona en un 42% de ellas por fraude laboral, la patronal agraria exige su dimisión con muchas banderas de España en las manifestaciones. O cuando el Congreso vota la nueva reforma laboral que, por cierto, ha conseguido rebajar un 21% la temporalidad y crear 800.000 empleos indefinidos, la derecha intenta reeditar el Tamayazo comprándose dos diputados de Navarra de pulserita rojigualda. Y al mismo tiempo que la ultraderecha ultranacionalista lanza guiños al campo español, apoya a Le Pen, que en su programa pide que se penalicen las exportaciones agrícolas españolas.

Entre los motivos para celebrar este 1 de Mayo encontramos la necesidad de recordar que frente al nativismo, internacionalismo obrero. Que por encima de la identidad nacional está la conciencia de clase. Solo si sabemos quiénes somos y qué intereses compartimos podremos avanzar, pese a la resistencia de los poderes económicos y de sus representantes políticos y mediáticos que constantemente intentarán camuflar sus intereses con estandartes y símbolos empapados de patrioterismo.