Algunas mañanas de domingo remoloneo antes de levantarme a hacer las tareas de mantenimiento y cuidado del hogar (sí, las hago yo por opción política, no quiero explotar a ninguna otra mujer, puesto que no puedo pagar un salario decente), y en ese estar quieta recién despertada se abre la posibilidad de tener algo de sexo. Pero ¿cómo? si estoy sola. Obvio que una misma se puede proporcionar placer, es sano y excitante. Pero no siempre la imaginación, cercenada por el trabajo, las ocupaciones y las preocupaciones, es por sí sola suficiente para estimularme.

Entonces me digo, para eso están los recursos en internet o en publicaciones, incluso en películas. ¡Y ahí viene el problema! Las opciones son diametralmente decepcionantes: en las películas «aptas» se nos presenta un sexo, que hay quien llama vainilla, aburrido, del tipo príncipe azul despierta a la ignorante princesa con besos tiernos (e inocuos) y las sábanas, que podrían ser una estimulación para la imaginación, son un felpudo para el deseo. Al otro extremo, en el porno de internet, nos encontramos un sexo encorsetado, que suele presentarse desde la mirada de los hombres, teniendo mucho de él un sesgo sexista, también en ocasiones misógino y violento, y que además es de gatillo rápido, saltándose toda la riqueza que el despertar del deseo tiene. No obstante, en una y otra opción hay, como en casi todo, excepciones. Y por supuesto hablo desde mi posición personal, hay mujeres que disfrutan con ellas.

Entre uno y otro, pues, pocas opciones, que aun habiéndolas no son fáciles de encontrar. El porno ético, o feminista, como el de las directoras Erika Lust, Irina Vega o Paulita Pappel son un buen ejemplo. Además de ser más sugerentes, libres de estereotipos y exploradoras de fantasías, se sustentan en unas condiciones laborales decentes a las actrices, los actores y resto de personal técnico. Es un porno donde las mujeres desean, fantasean, osan, atraviesan límites y gozan. Un porno en el que correr riesgos es estimulante, como lo es en la vida siempre que los riesgos se asumen consciente y libremente. Un porno, en definitiva, digno de ver y disfrutar.

Pero este sexo fílmico es más costoso económicamente, como el de las trabajadoras del hogar en condiciones dignas, por eso es más difícil de adquirir. En definitiva los domingos por la mañana mi condición de clase y mi ética feminista me relegan de los placeres sexuales exquisitos y me sumergen en la escoba y el mocho. Y me lleva a una seguida de preguntas: ¿por qué partirse la cara por la ratificación en el estado español del convenio 189 de la OIT (condiciones decentes para las trabajadoras del hogar) y al mismo tiempo condenar a las trabajadoras de la industria del sexo a la exclusión y la marginalidad? ¿Por qué un tipo de trabajo es lícito y el otro no? ¿Qué ponen en juego, no es el mismo cuerpo? ¿Qué de moral y doble rasero hay en todo esto? Y, para rematar, ¿soy una mala feminista porque me gusta el porno?