Aunque el Fondo Monetario Internacional haya advertido acerca del riesgo de una fragmentación del mundo en bloques económicos rivales, a causa de la guerra, siempre existirá la necesidad de formar parte de una comunidad global. Ya que en la base de ella, estamos nosotros como seres sociales necesitando estar juntos y en cooperación. Y en consecuencia resolviendo desafíos globales, y siendo conscientes de que lo peor no está por llegar, sino que lo tenemos ya encima.

 Es el escenario de esta realidad, el que ha conducido a Scholz, Sánchez y Costa a la politización de la política y a jugar a intervenir en las elecciones francesas. Con la publicación de una columna en el periódico Le Monde, donde justifican que no se trata de una elección cualquiera para expresar, sin mencionar a los protagonistas, sus deseos de que se vote la visión de “Francia, Europa y el mundo” frente a la estigmatizada extrema derecha.

 Pero además en este escrito puede entenderse que para Sánchez está instalada la presencia de Vox. En la cual, y en la investidura del gobierno de Castilla y León, Abascal twitteó a Le Pen felicitándola de su gran resultado inicial y añadiendo que Francia y el resto de Europa se enfrentaban a elegir entre “la soberanía y la reindustrialización, o la globalización progresista que nos está arruinando”. Además en la fragmentación de la política francesa y su desafección, el populismo social de Le Pen ha conseguido integrarse altamente en el sistema de manera progresiva: en 2012 obtuvo el 17,9% de los votos, el 2017 el 33,9% y el 2022 el 41,46%. Y en la fragmentación de la política española, a Vox le esperan dos plebiscitos para refrendar su línea de ascenso: las elecciones andaluzas antes del próximo verano y las elecciones generales el próximo año. 

 Nos suena que Vox pretende re-centralizar España, recuperando competencias para el Estado; pero a diferencia de Le Pen, Abascal no ha sido fotografiado con Putin. Asimismo, su partido ha criticado la invasión en Ucrania, ha dado la bienvenida de los refugiados ucranianos, y no está en contra de todos los inmigrantes. A lo que se suma el hecho de que apertura política está siendo un quebradero no solo para el pragmatismo de Feijoo y los votos del PP, sino también para Sánchez y el PSOE. Hace unas semanas, un diputado de Vox ha comparado, en el Pleno del Congreso, a Sánchez con Hitler ya Bolaños con Goebbels.

 El sismógrafo viene registrando un largo periodo de inseguridad, un aumento del coste de vida y de la desigualdad, una caída del nivel de vida; y en consecuencia una razonable reacción y desafección de los votantes frente al espectáculo de la política. Y todo ello en el paisaje de un prolongado ciclo de intensos golpes a la economía y de crisis geopolíticas y sociales, solapándose de manera interminable: la crisis financiera de 2008, la catástrofe climática, la pandemia, etc., y la agresión de Rusia a Ucrania.

 Esta agresión se ha alargado hasta tener su transposición con el culto al día de la victoria el 9 de mayo en Rusia. Y aquí, y en el teatro de la política, la llamada “operación especial” o “desnazificación de Ucrania” tiene varias escenas: la declaración de victoria sin importar la verdad y controlando la información que llega a la población; las elecciones de marzo de 2024 y unos votantes convencidos del éxito de Putin; y la de un Putin convencido por él mismo de que su agresión a Ucrania ha logrado su objetivo, aunque lo sea parcialmente.

 En ese teatro tienen protagonismo las imperfecciones del ser humano y los límites de la razón. Protagonismo que como sabemos, se repite a lo largo de la historia. Pero en cualquier caso, Putin maneja a una población civil sumisa y a una población militar improbable de sublevarse. Por lo que es muy posible que siga siendo el líder de una gran potencia mundial, con quien hay que negociar acuerdos tales como: la seguridad de que no ocurra ninguna otra invasión del territorio Ucraniano, el compromiso de la no pertenencia de Ucrania a la OTAN, y la libre adhesión de Ucrania a la Unión Europea.