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Francisco Sosa Wagner

Todo aclarado: zalagarda y zamacuco

El diccionario desvela las claves de la política española

Mark Twain se hallaba un día en la iglesia escuchando el sermón del pastor protestante cuando, al acabar, se dirigió a él para decirle:

–Muy bien ha estado pero tengo un libro que contiene todo lo que usted ha dicho desde la primera a la última palabra.

Ante la sorpresa del increpado, fueron a casa del deslenguado increpante. En ella se acercaron a la biblioteca de donde Twain tomó un grueso volumen y se lo entregó al sermoneador. Era un diccionario de la lengua inglesa.

Pues bien, la retribución que he tenido por mi manía de manosear el diccionario paso a contarla pues, gracias a ella, he logrado desvelar nada menos que las claves de la política española.

Estoy escuchando la voz de cualquier compatriota que se agita desesperado ante el espectáculo desolador que a diario vivimos:

–Ese galimatías, entreverado de ignorancias, maldades y sectarismos, es imposible aclararlo.

Cierto pero hay una palabra que todo lo ilumina: zalagarda.

Veamos sus acepciones y se comprobará cómo se acomoda a nuestras vivencias como el chorizo a un bollo.

Primera: emboscada para coger descuidado al enemigo.

Segunda: escaramuza. Que a su vez significa: refriega de poca importancia.

Tercera: trampa o lazo para que caigan en él los animales.

Cuarta: astucia maliciosa con que uno procura engañar a otro afectando halago.

Quinta: alboroto repentino para espantar a los que están descuidados.

Sexta: contienda regularmente fingida, de palos y cuchilladas, en que hay mucho alboroto.

¿Alguien hay que tenga la suficiente destreza narrativa para describir mejor el corral mefítico en el que llevamos instalados desde hace unos años?

¿No nos circundan las emboscadas, las trampas para que los incautos o las personas de buena voluntad caigan en ellas? Habría que escribir una conferencia completa o un soneto o una composición musical, qué sé yo, una ópera quizás, sobre la trampa. Porque esta, la trampa, se da en el ruedo político con liberalidad, adunadas y encadenadas las unas a las otras, las vemos pasar a toda velocidad ante nuestros ojos, con su copete de mentira y maldad, representando, a la vista de todos, su alma retorcida, su charco de fetidez.

¿No nos marean las astucias maliciosas que todo lo emborronan haciendo desaparecer la claridad de las exposiciones, la limpieza de las intenciones?

¿No nos sobresaltan los alborotos que se montan en una lamentable representación teatral, alborotos que traen gruñidos de puñaladas traperas y esqueletos de ideas que fueron nobles pero han sido asesinadas?

¿No asistimos a contiendas que son como socavones donde se entierra todo lo señorial que un día pudo haber en el debate entre los padres de la Patria?

Pues si el lector/a sigue leyendo el diccionario encontrará otra palabra que es candil y resumen: zamacuco. Dícese del hombre tonto y abrutado, del hombre solapado que con disimulo y astucia hace su voluntad.

“Troteras y danzaderas” tituló –con fina ironía– una de sus novelas Pérez de Ayala.

“Zalagarda y zamacuco” titulo yo esta “Sosería”.

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