El 9 de mayo de 1950, con la «Declaración de Schuman», se ponía la primera piedra de una nueva organización en Europa, con el objetivo de construir la paz desde la solidaridad. Setenta y dos años después, un aniversario más, un día de Europa más. Pero ¿qué queda de los valores y principios que unieron a Europa? La paz, la solidaridad, el desarrollo social y económico están gravemente afectados por la guerra en Ucrania, las crisis humanitarias, las tensiones económicas y los nacionalismos crecientes. Reivindicamos, al mismo tiempo a Schuman y proclamamos que la paz llegará por la solidaridad. Porque estamos más convencidos que nunca que «Europa es la solución», como decía Ortega y Gasset. Y cobra fuerza en este momento el llamamiento de Juan Pablo II, en Santiago de Compostela en 1982, «Europa, sé tu misma, descubre tus orígenes, aviva tus raíces, revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes».

¿De qué Europa hablamos? Efectivamente después de dos años de pandemia, nadie podía esperar una guerra como la que estamos viviendo en un territorio tan cercano en lo geográfico como en lo cultural, entre pueblos hermanos. Todas las estrategias diplomáticas están en marcha, y las sanciones económicas se espera que surtan efecto pronto, que el diálogo y la negociación lleguen a buen puerto. Pero que se haga con justicia, que los culpables respondan por sus crímenes, y que la Europa de la solidaridad, de la acogida y de la paz, vuelva a situarse en el centro. Efectivamente, las soluciones no se pueden quedar en términos técnicos, en propuestas económicas y políticas de negociación. Es necesario ir más allá, avivar las raíces, recuperar la Europa de los valores, y reconstruir esta civilización, turbulenta y herida por la pandemia y la guerra, y asentar la paz, el futuro de Europa en los mejores valores europeos que son los de los Derechos Humanos.

Y entre los valores que hay que avivar están los de la dignidad, que nos llevan a la apertura y a la acogida. Esto es el corazón de Europa, lo estamos viendo con los refugiados de Ucrania. Todos los pueblos, las gentes de Europa de norte a sur, desde eslavos a latinos, se han volcado en acoger a unos refugiados que consideramos hermanos, porque efectivamente lo son. Europa debe mirar también a los otros pueblos, no solo dentro de sí sino también fuera de sí. Porque este es uno de los pilares fundamentales desde los que definir Europa. Son esos valores que tienen su raíz en el reconocimiento de «todos los seres humanos libres e iguales en dignidad y derechos», como dice el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Y de tratar al ser humano siempre «como un fin en sí mismo», como fundamentaba Kant para los principios morales universales. Unos valores que ciudadanos e instituciones llevan en sus entrañas y está en su razón de ser. Pero nunca está de más recordarlo y reavivarlo.

Europa se ha comprometido con las Naciones Unidas en la Agenda 2030 a «no dejar a nadie atrás». No dejar a nadie en la puerta, no dejar a nadie al borde del camino. No dejar a nadie ahogado en el mar. No descartar. No ser indiferentes. La globalización de la indiferencia debe dar paso a la cultura del encuentro. El encuentro entre pueblos hermanos, pero en sentido amplio, global, a los dos lados del Mediterráneo y también del Atlántico, y a los dos lados de los Urales. Este es el camino de la dignidad para el futuro de Europa. Ir a los orígenes en sus valores y avivarlos. Pero también ir al origen en las soluciones.

En el Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la desigualdad más amplia entre dos naciones vecinas es la que se produce entre España y Marruecos, ocupando el puesto 25 (IDH 0.904) y el 121 (IDH 0,686) respectivamente. Lo que es reflejo de la diferencia entre Europa y África. Por tanto, ir a los orígenes significa ir al origen de los problemas, es decir, afrontar la pobreza extrema, la desigualdad, la migración forzosa, los conflictos, las catástrofes en forma de sequías o de inundaciones. Y reconstruir con cooperación, con desarrollo, con acuerdos comerciales y económicos justos para todos, abrir mercados, crear empleo digno, promover la protección social, la seguridad y la paz. La Fundación Novaterra nos da buen ejemplo de iniciativas económicas solidarias que promueven la paz y el desarrollo, por eso es necesario expandirlas, apoyarlas y evidenciarlas como buenas prácticas para mostrar que otra economía sí es posible.

La paz es fruto de la justicia. Y Europa solo encontrará la paz cuando lo haga desde la justicia. Por eso el desarrollo humano, que es integral, que es sostenible, es el camino a seguir. Porque el Desarrollo es el nuevo nombre de la Paz, como dijo Pablo VI. Es libertad, como dice Amartya Sen. Es generador de esperanza para el futuro, sobre todo para la juventud. A esto aspiramos, y sobre estos valores reavivados, los ciudadanos europeos debemos trabajar cada día y poner todo el empeño y esfuerzo, sin desfallecer, para que nadie se quede atrás.