Parece que uno de los signos de los tiempos para la gente con algún dedo de frente y ninguno de tribalismo es tener que ir picando de diferentes programas políticos para poder respirar en un aire público cada vez más enrarecido. Nunca es sensato rechazar de plano todo lo que una determinada corriente política propone, aunque solo sea por aquello de que los relojes parados dan la hora bien dos veces al día. Y nunca es síntoma de ciudadanía crítica la incapacidad de reconocer virtudes hasta en los más abyectos recitales de propaganda electoral.

           Personalmente, he crecido oyendo hablar del aborto, y viendo cómo tanto defensores como detractores rara vez utilizaban razones para defender su postura. El grado de radicalidad en todo el no-debate ha sido siempre excesivo, y vuelve ahora que el Ministerio de Igualdad anuncia nueva reforma. Como siempre, saldrán las vísceras de todo el mundo, y la primera abortada será la verdad, como en toda guerra. Pero tanto la situación que lleva a una mujer al aborto como el propio hecho como sus implicaciones humanas y sociales son muy serias, y los eslóganes sobran. Nunca está de más intentar decir algo con sentido.

           Esta ley tiene las indudables virtudes de prever breves bajas laborales por menstruaciones dolorosas y la eliminación del IVA en productos de higiene femenina. Es puro electoralismo con vistas a las elecciones andaluzas, pero qué peras vamos a pedirle al olmo de una clase política que abre titulares a golpe de calendario electoral.

           Lo que no puede comerse del texto –y también es electoralista- es la prevista indisimulada propaganda anticonceptiva y abortiva (incluyendo reparto de píldoras y preservativos) en centros educativos. La sensación de compra de voluntades adolescentes a cambio de cópula gratuita es demasiado fuerte y vergonzosa como para callarse.

           Pueden hacerse muchas consideraciones al respecto, pero, a mi juicio, la clave de todo es sencillamente esta: no es comprensible que un Estado –ni cualquier ente poblado por humanos, en general- denuncie con toda justicia los crímenes machistas, y al mismo tiempo prometa sexo barato y sin consecuencias a todos los adolescentes. La contradicción es absoluta, y peligrosa: les vendemos a nuestros hijos (y el masculino no es genérico) la ilusión machista de que las chicas están siempre disponibles para el sexo. ¿No es este precisamente el mismísimo principio de la toxicidad que termina en la violencia? Porque ay, cuando los adolescentes educados religiosamente a manadas en la pornografía descubren que, contrariamente a lo que les enseñaron en el instituto tanto los enviados del gobierno que repartían profilácticos como los videos de PornHub, las mujeres no siempre están dispuestas.

           En este debate -caso que llegue a existir- nos va mucho más que unas elecciones (que es, no me cabe duda, lo que han creído siempre todos los partidos). Nos va realmente la esencia del concepto de igualdad. Si la igualdad consiste en convertir a la mujer en un producto de consumo, como ya lo era el varón antes que ella, o si consiste en que ninguno de los dos lo sea. Quizás sea el momento de comenzar a hablar. O qué.