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Siles

Tribuna

Jaime Siles

Woyzeck

Representación del «Wozzeck» que se estrenará en Les Arts el 26 de mayo. Levante-EMV

El Woyzeck de Georg Büchner (1813-1837) , compuesto en 1836 y publicado por vez primera en 1879, es el precedente más inmediato del teatro de Ibsen y de Strindberg y, como tal, un crisol en el que pueden verse anticipados no pocos de los modos, estilos y signos de la dramaturgia de después. El drama naturalista, el expresionista, el realista y el del absurdo -si no empiezan con Büchner- sí se inician a partir de él, porque Woyzeck es un personaje-síntesis y, como él, todos estamos en el mundo, frente al mundo y también fuera de él. Como el personaje, la obra reúne distintos planos y diversos temas, alternando verso y prosa, coro y canción, en un texto en el que los paralelismos acompañan a las recurrencias y en el que su sistema de repetición sigue el curso natural de las anáforas. Hace casi treinta años Carles Alfaro dirigió un espectáculo escénico, articulado en veinticuatro secuencias de distinta extensión: El caso Woyzeck, con imágenes fílmicas de Chávarri, música de Joan Cerveró y un cartel diseñado por Arroyo. Woyzeck es el paradigma del anti-héroe y, como si fuera un preludio de Pessoa, afirma: «cada ser humano es un abismo» y «se siente vértigo al mirar dentro de él». Büchner opera con diferentes niveles de lenguaje: desde referencias bíblicas, que justifican su teoría del pecado, hasta hipérboles, metáforas y cultismos puestos en boca del doctor. Su actualidad no puede ser más clara: nos previene contra tiempos como los nuestros, en los que «Un hombre se puede medir y pesar» y, por tanto, se ha convertido en un producto en venta. Su tema es el determinismo social que obliga al ser humano a alquilarse, venderse, dejarse utilizar como cobaya en experimentos científicos y a degradarse y prostituirse. Woyzeck, una balada trágica en veinticinco escenas, es el primer drama social de la literatura alemana. En él no hay protagonistas sino marionetas. Y, por eso, carece de todo principio ordenador: en esto es la antinorma del idealismo y, mientras la mayoría de los personajes están tan normalizados que constituyen arquetipos porque han sido formados sobre un mismo y único patrón, Woyzeck es un lunático que contempla la realidad desde fuera y por ello la puede describir y analizar.

Büchner se inspiró en un hecho real: en la figura de un jornalero que acuchilló a la viuda Woost en la entrada de su casa. Pero, sobre este punto de partida, proyectó ejes de simbolizaciones que le confieren un aire pre-esperpéntico: de un esperpento anterior al de Valle-Inclán, pero que influye en Lorca y en El concierto de San Ovidio de Buero Vallejo. La pregunta que formula Büchner es esta: ¿»Por qué existe el ser humano»? Woyzeck constituye un caso claro de lo que en la tragedia griega se denominaba amartía: un pecado involuntario pero con castigo objetivo. Büchner conocía bien la tragedia ática y toda su base estructural operativa. Por eso la usó como también el doble lenguaje referencial de la mitología: en el texto original las figuras de la hilandera, la trilladora y la segadora, tradicionalmente identificadas con las Parcas, asumen la función de exponer el tema y presagiar el desenlace.

El soldado Franz Woyzeck es un espíritu débil y sin carácter, imbuido de una idea ingenua de la vida y que convive con María, una mujer con la que tiene un hijo y que le es infiel. Woyzeck lo sabe y sufre. Su capitán se burla de él; el médico lo utiliza para sus experimentos; y sus compañeros hacen escarnio de él. Un día ve a María bailando con el cabo mayor, que es el guapo del regimiento y el más constante y regular de sus amantes, y empieza a fraguar un crimen pasional en su corazón. Desaparece varios días, regresa a su casa e invita a María a dar un paseo nocturno a orillas de un estanque. Una imagen, muy usada después por la plástica expresionista -la de una luna, «siniestra como una espada mojada en sangre»- sirve de metonimia al crimen que Woyzeck va a cometer. Huido entra en un prostíbulo, donde algún parroquiano advierte que tiene la manga manchada de sangre, y eso le hace volver al estanque para lavarse. Pero, en vez de eso, se sumerge en el agua buscando una purificación. La noticia de la muerte de María llega a la plaza y todos corren al lugar del crimen menos el niño, que se queda solo y, ajeno a lo sucedido, sigue jugando en la plaza como si nada hubiera sucedido.

AlbanBerg extrajo de la obra de Büchner las quince escenas más representativas y las distribuyó en tres actos de quince escenas cada uno en su ópera Wozzeck, compuesta entre 1914 y 1920, en una clave por completo pesimista, que corresponde a la cosmovisión europea paralela e inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial.

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