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Alberto Soldado

Tony Leblanc y el esperpento nacional

Tony Leblanc. M.A.MONTESINOS

Ahora que se cumplen los cien años del insuperable Tony Leblanc seguro que proliferarán actos, entrevistas y programas recordando a un actor que dominó todos los registros y que lideró la comedia española durante dos largas décadas. No sé si en alguno de esos programas se abordarán las escenas metafóricas de la política actual. Basta recordar algunas míticas secuencias para concluir que la realidad política presente supera la ficción de algunos momentos inolvidables en la cinematografía del actor madrileño. Leblanc convertía la mentira en un acto de severa seriedad. Cuando interpreta su papel de guía impostado del Museo del Prado ante unos ingenuos lugareños se planta con su gorra de plato ante el cuadro de Las Meninas y concluye solemnemente que lo más difícil para el autor fue pintar el perro, «porque las personas pueden posar quietas pero ya me dirán cómo se consigue que el perro lo haga». Lo determinante, lo sustantivo se ridiculiza desviando la atención hacia lo anecdótico. En el escenario global, ante un panorama social que resulta dramático para tantos, se proponen medidas esperpénticas que desvían la atención de la sublime luz y perspectiva de La Meninas hacia el dilema trascendente del posado del perro. Discutamos si las bajas laborables por dolor menstrual de las mujeres son compatibles con la propuesta de cambio voluntario de sexo en el registro civil, y si esa decisión es permanente o si, dado que los sentimientos son fluctuantes, puede ser reversible, o temporal. ¿Podría convertirse un hombre en mujer durante cuatro días al mes…si el gobierno paga el dolor menstrual?

Tony Leblanc, analfabeto en historia del arte pero valiente emprendedor en el arte de la picaresca, simboliza en esas secuencias del Museo del Prado la capacidad de los de la gorra de plato, la autoridad, para impactar en los cerebros de lugareños más analfabetos que él. Si los del pueblo dejan de ser iletrados se descubren las vergüenzas de la incapacidad de los hombres que dominan el discurso verborreico, insustancial y mentiroso. Ahí está la verborrea cantinflinesca de Fernando Simón cuando el debate de las mascarillas y su eficacia, que igual era bueno para el sí que para el no. El caso es que algo, lo que fuera, había que decir para dar la impresión de que algo se hacía, de que los hombres de la gorra de plato dominaban la situación. Nos explicaban que el perro igual podía quedarse quieto, que levantarse, así es que el pintor tiró por la calle de en medio, a ver lo que salía.

Tony Leblanc, José Luis López Vázquez y Venancio Muro bordan la mentira en otra sublime escena de «Los pedigüeños», en la que se transforman en profesionales del cante jondo y se presentan en la fiesta de un marqués. Después de cobrar una generosa voluntad a beneficio de los «huérfanos de los refrigeradores» se las ingenian para engañar a los presentes con historias ridículas y bandurrias por guitarras. Tonteando, con altas dosis de poca vergüenza, se marcharon regados de billetes para huérfanos refrigerados y el estómago lleno.

Ahora se nos anuncia una serie televisiva sobre el presidente del Gobierno, que suponemos no se asemejará a «Franco ese hombre» porque sería un esperpento más en un país donde la picaresca ha pasado del pueblo empobrecido a las más altas instancias; del buscarse la vida con ingenio para la comida diaria a tener que soportar el robo generalizado de quienes tienen el deber de dar ejemplo. Un pueblo que se identifica con las argucias de la comedia española pero que, como todo tiene un límite, expulsará de la fiesta a farsantes y caraduras, a mediocridades incapaces. Preferimos, sin duda, las imposturas de Tony Leblanc.

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