En estos días de mayo una parte de la juventud se encuentra enfrascada en los exámenes finales del curso académico. Desde bachiller para dirigirse a la PAU hasta la gran diversidad de ciclos formativos pasando por la educación superior que representa la Universidad. Estamos en tiempo de búsqueda de proyectos y sueños. Una de las tareas de nuestra joven democracia es, a parte de hacer posible y realidad un pacto nacional sobre la educación alejado de las disputas políticas de turno, comprender la verdadera realidad de la juventud, sus inquietudes, sus dudas, sus rabias, sus costumbres, sus miedos, sus fobias y sus complejos. Ahora se nos han encendido las alarmas con las cifras del suicidio y problemas de salud mental en edades cada vez más tempranas, sin olvidar el aumento de los trastornos de conducta alimentaria (TCA). El Gobierno acaba de poner en marcha el teléfono 024 que es la Línea de Atención a la Conducta Suicida dentro de la campaña Llama a la vida.

Sin embargo, la juventud no debe encarar únicamente estos retos. Nos definiremos como una sociedad madura en la medida en que pongamos los instrumentos necesarios y suficientes para que se vayan afrontando estos desafíos con garantías. Recordemos que la juventud es el futuro de la sociedad. Y como tal tiene que posicionarse ante una realidad que toda persona e institución debe responder: la libertad ante la historia. La invasión rusa sobre Ucrania ha sido un golpe de realidad porque ha significado su primera experiencia con la guerra más allá de un documental o un videojuego. Un conflicto que nos está llamando a la puerta de casa. Además, con las redes sociales pueden ser testigos directos de las violaciones flagrantes de las libertades en el mundo actual. ¿Son conscientes que expresar la fe, la palabra y el pensamiento puede ocasionar poner la vida en peligro? ¿Saben que las democracias también tienen sus peligros y sus enemigos a los que combatir con determinación y valentía cívica? ¿Creen que Europa está exenta de caer en manos de populistas y nacionalistas radicales que alimentan lo que nos separa y no lo que nos une? Para llevar a cabo esta tarea necesitamos su fuerza, su ilusión, su utopía en vena, que no depende de franjas de edad. Si no, que se lo pregunten al obispo católico de 90 años Joseph Zen, detenido por las autoridades chinas por ser crítico con el comunismo de su país.

No es fácil posicionarse ante la historia. Stefan Zweig, en unas líneas memorables, decía lo siguiente: «Resulta del todo inútil buscar en la historia la moral piadosa y la justicia sentimental de los libros de texto. Hemos de resignarnos porque no actúa ni moral ni inmoralmente. No castiga el crimen, ni premia a los buenos. Como en su sentido último se basa en la fuerza y no en la justicia, la mayoría de las veces concede la ventaja aparente a los poderosos». El escritor austriaco fue testimonio directo de la caída de la democracia europea a manos de las diferentes expresiones totalitarias que arrasaron Europa en la primera mitad del siglo XX. Su desesperación contiene, aunque no lo parezca, una luz tenue de esperanza y que conecta con el porvenir que envuelve a toda juventud. El futuro, nuestro horizonte está por perfilar y decidir. Si nos diferenciamos del resto de la creación es porque no estamos determinadas; sí condicionados, pero todo aquello que nos vaya a pasar no está escrito en ninguna constitución, en ninguna ley, norma o libro sagrado. La juventud que hoy está enfrascada en horas interminables de estudio y sueño tiene la posibilidad de poner su sello en ese teatro de la vida que parece hacer oídos sordos a las causas justas y humanas desequilibrando así la balanza de la historia. Por ello, al verlos en los pupitres y en sus diferentes ámbitos, al atender y escuchar sus preguntas e inquietudes, caigamos en la cuenta que estamos ante las únicas personas que pueden equilibrar esa balanza de la historia asumiendo la libertad como una realidad necesitada de atención y cuidado y como una tarea que requiere un compromiso de por vida. Como diría el clásico: ¡Juventud, divino tesoro!