A lo largo de la historia de la humanidad el poder ha tenido precio. El precio no solo consiste en dinero, que también, puede consistir en cambiar de creencias, hacer favores, renunciar a privilegios y un largo etcétera de concesiones a otros.

Los que detentan el poder raramente reconocen el precio que han pagado para conseguirlo. Una excepción sería Enrique IV de Francia al que se atribuye la frase: «París bien vale una misa», haciendo referencia a que para alcanzar la corona tuvo que convertirse al catolicismo. En algunos casos el precio ha sido en dinero. Un caso bien conocido es el de Carlos I de España que para ponerse la corona imperial y convertirse en Carlos V tuvo que comprar a los siete «príncipes electores», es decir, a los obispos y príncipes alemanes que elegían al emperador, evitando así que pudiera ser elegido Francisco I rey de Francia.

Los ejemplos son tantos como personas han detentado el poder. En tiempos cercanos, Juan Carlos I tuvo que renunciar a la mayoría de los poderes que heredó de Franco para seguir siendo un rey; que ha reinado pero no ha gobernado. Adolfo Suárez tuvo primero que conseguir que las Cortes franquistas se hicieran el harakiri, él incluido, y pactar con un ramillete de líderes de pequeños partidos con los que no tenía, salvo alguna excepción, la menor sintonía ideológica, creando la UCD para alcanzar la presidencia del Gobierno. Felipe González tuvo que renunciar al socialismo-marxista para convertirse a la socialdemocracia y así ganar las elecciones generales de 1982. José María Aznar tuvo que pactar en 1996 con los nacionalistas catalanes y hablar catalán en la intimidad para alcanzar la presidencia del Gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero para vencer a Bono y convertirse en secretario general del PSOE y candidato a la presidencia del Gobierno tuvo que pactar con un grupo de militantes socialistas a los que detestaba, hasta el punto de liquidarlos más tarde. Mariano Rajoy tuvo que desplazar a Rodrigo Rato para conseguir que Aznar lo nombrara su sucesor. Y, finalmente, Pedro Sánchez para ser investido presidente del Gobierno tuvo que pactar y seguir pactando con partidos como Podemos, PNV, ER, Bildu y otros, en contra de la tradición del PSOE y probablemente en contra de sus principios.

En contra de lo que pudiera pensarse, el cómo se consiga el poder no suele pasar factura a los que lo detentan. Lo que pasa factura positiva o negativamente es cómo se utiliza. Adolfo Suárez será recordado por liderar la primera transición e impulsar la aprobación de la Constitución de 1978, aunque sería posteriormente devorado políticamente por el rey y sus aliados hasta su dimisión en 1981. Felipe González será recordado por haber conseguido la incorporación de España a las Comunidades Europeas en 1985, y su lastre será la corrupción del PSOE. José María Aznar será recordado por haber conseguido que España se incorporara a la zona euro en 1999, y llevará siempre como lastre haber apoyado una guerra norteamericana injusta contra Irak en 2003. José Luis R. Zapatero no puede anotar en su currículum hechos tan deslumbrantes como sus predecesores ,y por el contrario pesará sobre su presidencia la torpe reacción a la crisis económico-financiera de 2008. Mariano Rajoy tampoco puede anotarse algún hecho brillante a lo largo de su presidencia, y llevará como lastre el grave conflicto con el independentismo catalán que culminó en el referéndum de 1 de octubre de 2017 y ser el primer presidente del Gobierno que ha sido desalojado de la presidencia mediante una moción de censura.

Nunca se ha penalizado a ningún presidente de gobierno, ni en España ni fuera de ella, por los caminos tortuosos que le han llevado a la presidencia. Y en el caso de Pedro Sánchez no va a ser diferente. No va a pesar en su posible reelección el presidencialismo que practica, el supuesto deterioro de las instituciones que le atribuyen sus detractores o sus pactos con los independentistas. Estos son asuntos que nos preocupan a unos pocos, pero que resultan indiferentes a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y mucho menos van a pesar en su biografía y futuro asuntos como «Pegasus» y el precio que ha tenido que pagar a los independentistas, cesando a la directora del Centro Nacional de Inteligencia, para seguir contando con su apoyo. Un escaso precio, por cierto. Y aunque Pedro Sánchez tenga que seguir pagando más a los independentistas, a cambio ejerce el poder como si tuviera mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y en el Senado.

El futuro de Pedro Sánchez, como el de todos los presidentes de los Estados de la Unión Europea, depende de dos factores: el bienestar de los ciudadanos y la evolución de la derecha española. Si en 2022 y 2023 se consigue reducir el desempleo llevándolo a cifras que se acerquen a la media europea, si se sigue subiendo el salario mínimo interprofesional y crece la renta per cápita, si se contiene la inflación y se consigue controlar el precio de la electricidad, habrá andado la mitad del camino. Y si además el PP sigue aliándose con Vox, y equivocándose en el tipo de oposición que practica en las Cortes Generales, consistente en incrementar la crispación, Sánchez tendrá grandes posibilidades de seguir gobernando a partir de 2023.