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Juan Tallón

Perfecto no

Llega la hora de la cena y últimamente Helena pregunta: «¿Qué nota me ponéis?» Yo resoplo discretamente. Después de todo, mi existencia siempre ha estado dirigida a no ser profesor. Hablamos de la tarea más excelsa y delicada que existe. No soy tan ambicioso. Me parecía que si conseguía no ser profesor habría hecho algo grande en la vida, al evitar desgraciar la de otros. Pero, ¿cómo decepcionar a una hija? Entré en el juego y empecé poniéndole un humilde cinco, para que no se hiciese una idea equivocada del mundo y creyese que cada cosa o logro no acarrea un enorme esfuerzo; y porque esa mañana discutimos otra vez agriamente a cuenta de la ropa.

Las semanas degeneraron con rapidez. Caímos en los falsos entusiasmos. Este viernes, cuando reclamó su nota, y le adjudiqué un 8, respondió: «¿¿Solo un 8??»Media vida reivindicando el fracaso, los errores, ¡para tener una hija de seis años perfeccionista! Debacle. Me aferré a ese verso de Ron Padgett que dice que «el deseo de ser perfecto es probablemente la expresión velada de otro deseo: ser amado, tal vez, o no morir».

Yo al menos esperé a los dieciséis para intentar rozar el cielo. Me alié con un repetidor para robar un examen de latín. Nos escondimos hasta que el instituto se vació y el bedel cerró las puertas. Entonces entramos en el departamento de lenguas clásicas y sisamos el examen. Esa noche lo preparé a fondo. Quería mi primer sobresaliente. Estudié las respuestas hasta las cuatro de la madrugada. Por la mañana, lo bordé. Un recital. Me permití el gesto de la victoria al entregar el ejercicio. A la semana siguiente se publicaron las notas: el repetidor sacó un 1 y yo un 2,5. Es hoy el día que no lo entiendo.

La perfección remite a una historia de fantasmas. Te hacen creer que existe, que hay que dar con ella y cultivarla. Si tienes suerte, y te cansas de buscarla, llevas una vida placentera, inteligente, sin renunciar a la frivolidad. Si no tienes suerte, querrás aplicarla a cualquier faceta de la vida, y que todo en lo que te impliques sea perfecto: los amigos, el trabajo, la pareja, las vacaciones, las fiestas, la ropa, los hijos, el cuerpo. Al principio, hacer algo bien, aunque sea un huevo frito o planchar una camisa, genera bienestar. Y además te felicitan. Pero vas subiendo el listón, y un día el listón te maneja a ti.

Hace poco quedé con una amiga para visitar una galería. Al final ella no pudo acudir porque su hija acababa de decirle que dejaba el curso y no se presentaría a la prueba de acceso a la universidad. La chica hacía el bachillerato de Excelencia, donde piden una media de 9. Es inteligente, responsable y hace deporte. «Casi es repelente sino fuera porque es supergraciosa», según la madre. Pero en los dos últimos años se fue deprimiendo por cosas «tontas»: la pandemia, un novio estúpido, su padre se casó por segunda vez sin decírselo, adicción al móvil, problemas de concentración, la autoestima totalmente hundida, y como resultado, demasiados suspensos. «Creo que es muy valiente. La admiro muchísimo. Fracasar bien es muy difícil», me escribió esa noche. Nunca hay que hacer las cosas demasiado bien desde el principio. No digo que haya que hacerlas deprisa y mal, aunque durante época ese fue mi lema.

El fiasco tiene su importancia. No hay que darle de lado, y menos para correr hacia la perfección, una sombra que a menudo desemboca en un desengaño todavía más rotundo. Un buen desastre también puede acabar bien. Recuerdo que hace años, Xosé Ramón Gayoso, el presentador Luar, que se emite en la televisión gallega, anunció a mitad del programa que había muerto El Fary, que después de eso aún demoraría varios meses en fallecer. La fuente de Gayoso habían sido Los Chunguitos, que esa noche actuaban en el programa, y muy afectados, le dedicaron un tema al difunto. «¡Para él!, que ya está con Dios arriba en el cielo», dijeron, y se arrancaron a cantar. Cuando Luar finalizaba, y pasaban los títulos de créditos, Gayoso apareció de la nada, mandando parar: «Un minuto, un minuto, por favor. No se marchen. A mitad de programa recibimos la noticia tremenda de la muerte de El Fary. Nos acaban de anunciar que no se ha producido. Mil disculpas desde aquí…». Con el tiempo, la imperfección se puede volver inigualable, maravillosa, legendaria.

 

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