La nueva tierra de promisión, diariamente hay intentos de alcanzar sus costas, atravesar sus fronteras, incluso existen numerosas tramas ilegales organizando «embajadas de dolor y de muerte», embarcando a candidatos desesperados que huyen del hambre, de la guerra, del dolor, en definitiva. Todo eso para alcanzar un paraíso que en realidad no lo es, pero comparado con las condiciones de origen, de aquellos que pretenden llegar, se asemeja bastante.

Pero Europa, no solamente afecta individualmente a personas, además se muestra como un faro que señala un puerto seguro donde recalar naciones enteras, sus confines se perciben como un cobijo que les permite soñar con un futuro mejor. La sensación de pertenencia a un club de privilegiados provoca que países que andan perdidos en avances y valores que son indispensables para integrarse en la Unión, observan su ingreso como la fórmula mágica que vendrá acompañada de progreso, riqueza y ni se sabe cuántas cosas más.

La barbarie de las guerras, y los ejemplos de respuestas poco democráticas en algunos de los países que ingresaron en el siglo veintiuno en la Unión Europea, hace plantearse, por un lado la conveniencia de acoger bajo un mismo paraguas al mayor número posible de ciudadanos de manera que la vieja Europa no se convierta en Europa de los viejos, con viejas ideas sino que pueda mirar al futuro con la fuerza y la juventud necesaria, donde todos comparten derechos, valores, avances sociales y por supuesto un mercado común para tener un ámbito de influencia destacable en la esfera internacional.

Po otra parte, para alcanzar esta coherencia, hace falta una tarea previa si no queremos pervertir el origen social de una comunidad que ha conseguido ser el referente del mayor avance en derechos civiles y sociales. Mantener estos estándares de vida requiere trabajar duro desde dentro, poniendo en valor esta forma de vida, y también organizando el aterrizaje de aquellos que quieran pasar a formar parte de este trayecto, asumiendo cambios y sacrificios grandes para estar en condiciones de dar el paso de la integración en la Unión.

En este complejo proceso conviene tener en cuenta que la construcción de puentes que acercan caminos requiere mucho tiempo y esfuerzo, pero corren el riesgo de saltar por los aires con una simple y breve retórica nacionalista y populista que resulta tan pegadiza a los jóvenes europeos. Seguramente hay que reflexionar acerca de la conveniencia de establecer una potente autovía muy bien fluida con la condición de que tenga la misma voluntad, tanto integradora como receptora, definiendo de forma muy evidente la misma voluntad y empeño de pertenencia. En caso contrario los tratamientos de rejuvenecimiento de Europa en vez de lifting y brillo resultaran con el efecto secundario de cambio del aspecto hasta convertirla en algo irreconocible y desfigurado.