María tiene 25 años. Terminó hace dos la carrera y tenía previsto iniciarse en el mundo laboral, pero llegó la pandemia. Todo su proyecto de vida se ha visto truncado y sus tiempos, cambiados por completo. Desde entonces, para poder ahorrar y no «perder el tiempo» trabaja en un restaurante algunas horas. La incertidumbre sobre el futuro y su falta de perspectivas hacen que cada día sea más difícil levantarse de la cama. Dejar de ver a su familia y amistades para doblar turno y poder llegar a final de mes tampoco ayuda.

El caso de María es solo un ejemplo, pero estamos seguras de que, en vuestro círculo cercano, se os vienen a la cabeza fácilmente situaciones similares. Jóvenes diferentes, con distintas realidades, pero mismas preocupaciones en común: problemas de salud mental, muchas veces agravados por la pandemia, causados por la incertidumbre y las condiciones en las que se ven obligadas a vivir. Pero, sobre todo, infravaloración e incomprensión por parte de la sociedad, que nos llama «generación de cristal».

Durante muchos años hemos estado evitando hablar sobre el bienestar enmocional, pero hace unos meses la realidad daba un golpe sobre la mesa: «La principal causa de muerte no natural entre la juventud es el suicidio». Así, los problemas de salud mental entre la juventud dejaban de ser una pandemia silenciosa para ocupar un lugar preeminente en el debate político y social. Sin embargo, a pesar de todos los datos que han ido llegando sobre el aumento de los problemas psicológicos entre la población joven, no existía un estudio específico sobre la materia para poder dimensionar la magnitud del problema y buscar soluciones. Así es como surge la idea de elaborar el estudio ‘Estado de la salud mental de la juventud valenciana’, que esta semana publicamos desde el Consell Valencià de la Joventut i el Institut Valencià de la Joventut.

Aunque nos gustaría poder decir lo contrario, este trabajo confirma lo que ya nos imaginábamos: la situación es grave. Entre otras cosas, revela que los problemas mentales más frecuentes entre las personas jóvenes son el estrés (80,62%), la ansiedad (73,38%), la depresión (46,15%) y el desbordamiento emocional (35,08%). Y no solo esto, se vuelve a evidenciar la brecha de género que, una vez más, lo impregna todo. Según el estudio, las mujeres jóvenes sufren en mayor medida los problemas relacionados con la salud mental.

Del mismo modo, las conclusiones del informe dejan patente que la salud psíquica sigue siendo un tabú. El gran estigma social existente alrededor de las enfermedades mentales se traduce en una falta de apoyo social que genera miedo entre los y las jóvenes a la hora de hablar de sus dolencias. Solo el 19% de la juventud valenciana pediría ayuda profesional en caso de sufrir ansiedad y un 11% lo haría en caso de sufrir estrés.

Y además de todo esto, nosotras lanzamos otras cuestiones que, pensamos, deberían estar también en el debate público: aquellas personas jóvenes que se deciden a pedir ayuda, ¿la tienen? ¿Cuánto condiciona el contexto socioeconómico, no solo para sufrir problemas de salud mental, sino también para acceder a la atención psicológica? Una gran asignatura pendiente son los recursos destinados a cuidar y tratar la salud mental de la juventud, pues según el 78,5% de las jóvenes encuestadas son insuficientes. Esto no es algo nuevo. No se destinan los recursos necesarios y los que existen, no se conocen. Las expertas no difieren, demandan más inversión e investigación en la materia y el aumento del número de profesionales de la psicología en el sistema sanitario.

Como consecuencia, otra cuestión en la que coinciden tanto jóvenes como las personas expertas es que la salud mental es un tema desconocido, estigmatizado socialmente y secundario. Así, la mayoría de las personas jóvenes considera que no están capacitadas para afrontar diferentes situaciones porque no se les ha dado las habilidades emocionales suficientes para hacerlo.

Las reflexiones que aquí compartimos o los datos que arroja el estudio son información que ya esperábamos, pero no por ello es menos preocupante. Los altos porcentajes de afectación de la salud mental entre la juventud o la escasa predisposición a pedir ayuda no hacen más que cuantificar la urgencia y la necesidad de medidas para cambiar un sistema que no cuida la salud mental, en concreto la de las personas más jóvenes.

La integración de la gestión de las emociones en la educación formal y no formal, la visibilización de los recursos disponibles en el ámbito sanitario o la normalización de estas dolencias son solo algunas de las tareas pendientes. El sistema, y no solo el sanitario, trata el bienestar emocional como una dimensión secundaria de la salud y muchas veces el discurso hegemónico sobre el tema excluye el gran impacto que el contexto económico y social tiene en nuestra salud mental. Como en tantas otras cosas, estamos ante un problema estructural, el cual debemos abordar desde la raíz. Y, sobre todo, sin olvidar que detrás de todas estas cifras se esconden miles de historias que merecen ser escuchadas y, por supuesto, tratadas con respeto y recursos suficientes, que puedan garantizar una vida digna.