A tres meses de iniciada la guerra de Ucrania, todos los escenarios siguen abiertos y nada permite decidir qué tipo de futuro espera a los ucranianos, a los rusos y a los europeos. Solo algo comienza a estar claro: Rusia no parece dispuesta a presentarse ante el mundo como la primera potencia que utiliza una bomba atómica. En este sentido, quizá apuntaba un miedo específicamente generacional en Habermas cuando prestaba tanta fuerza al argumento de que Occidente estaba dejando en manos de la decisión unilateral de Putin cuándo la ayuda a Ucrania equivalía a una declaración de guerra y justificaba una respuesta nuclear. Por lo que estamos viendo, Rusia dispone de un amplio abanico de sentidos de lo que puede significar ganar esta guerra.

Y así, la herida de Ucrania va a seguir abierta porque Putin ha comprobado que puede hacer muchas cosas sin recurrir al botón nuclear. Puede realizar sobre Ucrania cuantas operaciones especiales quiera sin tener que dar el paso a una declaración de guerra. De esta manera puede golpear una ciudad, destruir un depósito de alimentos, bombardear un ferrocarril o una escuela, lo que estime oportuno, sin necesidad de declarar la guerra o iniciar una escalada. Mientras, los ucranianos de las ciudades regresan a su vida cotidiana con timidez, y se acostumbran a la posibilidad de que el ruido de las sirenas les anuncie una siniestra lotería de destrucción. Putin así, escudado tras sus misiles atómicos, se entrega a una especie de guerra de guerrillas de agresión, golpeando a Ucrania en los sitios estratégicos, para que no tenga capacidad de recuperar las zonas del corredor entre la frontera rusa y Crimea.

De este modo, la guerra puede durar años y Zelenski agotará su almacén de camisetas de campaña. Por la parte de Occidente, sin embargo, la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN no inquieta realmente a Rusia porque cuantos más países neutrales entren en la Alianza más reforzará esta su dimensión defensiva. En otros términos, la guerra de Ucrania no estalla porque Kiev quiera entrar en la OTAN. Prende porque Rusia la considera como parte de su gran espacio. Esto es algo más que estar en su zona de influencia. Un gran espacio es un ámbito en el que una gran potencia cree tener derecho a marcar una línea de no intervención a las demás potencias. Esta doctrina es la que subyace a la situación presente y tiene una premisa que resulta escandalosa. Implica que un país es obligado a entrar dentro de la línea. No puede ejercer su soberanía para vincularse libremente a otro gran espacio.

Esta doctrina es la clave y tiene dos partes. Primero, afirma que el mundo se debe organizar en grandes espacios. Segundo, se pregunta si la forma de constitución de los grandes espacios debe imponerla la coacción de una gran potencia o implementarse mediante acuerdos y tratados. Esta es la cuestión central. Pues que haya grandes espacios resulta inevitable desde el momento en que hay tres potencias estatales que, por sí mismas, ya lo son, como Rusia, China e India. Las realidades estatales que no se integren en grandes espacios no podrán sino ser sometidas por estos.

En el reciente comentario al artículo de Habermas, Adam Tozze ha identificado las diferentes temporalidades de Rusia, Europa (Alemania) y Ucrania como la clave del conflicto. No es un problema de desorientación lo que lleva a una guerra mundial, como dice Badiou. Lo produce el choque de diferentes temporalidades. Cada temporalidad implica una orientación determinada y el conflicto no procede de la desorientación, sino del cruce de orientaciones diferentes. Eso es decisivo para dar forma a la espacialidad.

Europa es muy sensible a la voluntad de Ucrania de culminar su proceso de Estado-nación frente al gigante ruso. Pero también es sensible a su propia temporalidad lenta, que confía en los acuerdos pacíficos y en los tratados jurídicamente refrendados por pueblos en paz. La timidez, reserva, cautela y tiempo lento de Alemania, representados por su sobrio canciller Scholz, proceden de la desconfianza respecto a los procesos condicionados por la guerra. Habermas insiste en lo pos-heroico del tiempo de Europa, pero esta es una forma indirecta de invocar lo que positivamente caracteriza el tiempo europeo, el Derecho. Este es ajeno a la temporalidad de Rusia, asomada al precipicio de una decadencia que impone mantener a toda costa el estatuto de vencedora de la Segunda Guerra mundial.

La gran cuestión es si Estados Unidos está en el tiempo del Derecho y cómo. La forma en que se produjo el bandazo de Trump a Biden tiene todo el aspecto de una coacción. Pero la presión a cumplir tratados de cierto modo no es romperlos. Trump quiso romper la OTAN. Biden presiona para que, si no se rompe, se tome en serio. Eso implica gastar más en Defensa. La cuestión central es si la OTAN se refuerza en el sentido de los tratados, como alianza defensiva, y termina la ambigüedad que llevó a la penetración en Asia, algo que evidentemente no era defensivo. En efecto, nadie ha negado jamás la justicia de la guerra defensiva y por eso Rusia, con su comportamiento, muestra que merece que los demás se unan para defenderse. La conclusión que se impone es que, por heroica que sea esta guerra, se debería terminar tan pronto sea posible, para hacer convergente las temporalidades de los actores en pactos productores de Derecho.