Eso cantaba Javier Gurruchaga, líder de la Orquesta Mondragón tan bien envejecido, como demostró en la entrevista que dio en TVE la semana pasada. Y, paradojas de la vida, a los pocos días la misma TVE dio una noticia que está relacionada por caminos inescrutables con aquel título.

           “Se acabó el amor para toda la vida.” Esa es la noticia con la que el telediario intentaba llenar el tiempo el domingo por la tarde. Un estudio de la Universidad de Málaga y la Fundación BBVA sobre las parejas en España avala supuestamente el titular. Según la noticia que interpretaba este estudio, ahora preferimos otras cosas: estar solos, tener más vida personal, más libertad. No concebimos relaciones a largo plazo, y eso nos hace más exigentes. El amor verdadero no existe, y los que aún esperábamos encontrarlo tendremos que conformarnos (otra noticia que se dio justo antes) con alquilar un amigo por horas. Lo lógico sería reírse si no fuera porque son noticias reales.

           Muchos que le han dedicado libros sesudos han fracasado en la curiosa tarea de comprender el amor como para que yo intente aquí formular algo parecido. Pero extrañamente resulta que podemos deducir algo tan serio como que “el amor ya no es lo que era” de un estudio sociológico que dice que somos más reacios que antes a establecer relaciones duraderas. La estupidez es tan grande como la canción de la Mondragón, solo que esta última al menos es divertida. Como si al amor (sea lo que sea) le importara lo más mínimo el grado de enterados que estemos nosotros de en qué consiste. Vale la pena pararse en la conclusión que tendemos a sacar de los datos: en vez de reconocer que somos más incapaces de vivir un amor real, nuestra incultura emocional, concluimos que el amor es distinto que antes, que ya no es duradero. La idea, además de triste, es pura soberbia.

           Volviendo a la canción, pienso que una de las claves para interpretar bien todo este tema del amor es el verbo preferir. Hace unos meses, en una conferencia magistral titulada Qué nos hace humanos, el profesor Jesús Conill desgranó un argumento que muchos hemos tenido la suerte de escuchar en sus clases, y que dice básicamente así: los seres humanos tenemos ferencias, es decir, cosas que nos mueven, tendencias. Pero lo característico nuestro es que somos capaces de poner el “pre”: podemos tener pre-ferencias, podemos preferir. Sería mejor que distinguiéramos entre aquello a lo que tendemos, lo que nos tira, y aquello a lo que aspiramos, lo que anhelamos, eso por lo que querríamos luchar. Cualquiera que ama de verdad (cualquiera que tiene algo bueno, en general) no quiere que acabe. Decir que preferimos relaciones basura es mucho más absurdo que decir que “ellos las prefieren gordas”. De todo hay y ahí están las Gracias de Rubens para demostrarlo.

           El filósofo judío Martin Buber dejó escrito: “los sentimientos acompañan el acto metafísico y metapsíquico del amor, pero no lo constituyen. Los sentimientos viven en el hombre, pero el hombre vive en su amor.” Lo uno es pasajero, lo otro puede ser construido y permanecer. Quizás podemos luchar por ello.