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Jorge Dezcallar

Robots letales autónomos

Los robots han fascinado a la humanidad desde sus mismos orígenes. Nacieron con objetivos inicialmente mágico/religiosos para pasar luego a labores de entretenimiento o mecánicas básicas, y acabar impulsando las revoluciones industriales. Hoy también los compran grandes hospitales para hacer operaciones delicadas. Siempre han estado sometidos a la voluntad de sus creadores hasta que la Inteligencia Artificial les comienza a permitir peligrosos grados de autonomía. 

En el Egipto faraónico había templos con estatuas que «hablaban» emitiendo por ranuras el silbido del aire calentado por los sacerdotes en antecámaras ocultas con objeto de engatusar al personal. Y también Homero se refiere a autómatas construidos por el dios Hefesto que imitaban seres vivos.

En Alejandría la robótica alcanzó gran virtuosismo en los siglos III y II aC gracias a inventores como Ctesibio, Herón y Filón. El primero diseñó mecanismos que abrían con aire caliente las pesadas puertas del templo al encender fuego en su altar mayor, y solo cabe imaginar el asombro reverencial con el que los fieles asistirían al prodigio. Herón hizo un teatro con autómatas y Filón construyó un sirviente de tamaño real que en su mano derecha sostenía una jarra de vino que vertía en una copa que sujetaba con la izquierda. Todo ello funcionando con un sistema de tubos que se abrían y cerraban por el peso relativo de los recipientes que conectaban, a medida que éstos se llenaban o vaciaban. En Siracusa, Arquímedes trabajaba en un tornillo que sacaba incesantemente agua de las minas, poleas para levantar grandes pesos, o catapultas de torsión que disparaban a gran distancia flechas y piedras. Y también fabricaba clepsidras como una particularmente tétrica en la que un verdugo marcaba las horas cortando cabezas de prisioneros.

Con la Ilustración la moda de los autómatas hizo furor en Francia con muñecos que fumaban, interpretaban música o dibujaban, construidos por Jacques de Vauncansos y Henri Maillardert, aunque mayor trascendencia tuvo el invento de Joseph Jacquard que poco después de que Luis XVI fuera decapitado hizo una máquina programable con tarjetas perforadas, abriendo así paso a la revolución textil que prendió con especial fuerza en Inglaterra, donde los luditas atacaban con martillos estos monstruos infernales que amenazaban con dejarles sin empleo. Lord Byron les defendió pero muchos lo pagaron con la horca. Desde entonces la robotización ha suscitado ese temor al desempleo por más que casi siempre acabe creando más trabajo del que inicialmente destruye, aunque sea en otros lugares y con diferentes exigencias de capacitación, como demuestra la llegada de los tractores al campo norteamericano en 1903: hoy hay menos población rural que entonces y el desempleo total está en un envidiable 3,8%.

Isaac Asimov en Yo, Robot da tres leyes para regular su funcionamiento: no dañar a seres humanos, obedecer a los humanos (salvo que contradigan la primera ley), y auto-protegerse sin contrariar las dos primeras leyes. Lo que ocurre es que con la Inteligencia Artificial y los algoritmos de aprendizaje los robots pueden empezar a «pensar» por sí mismos y ya derrotan a los humanos juegos como go o ajedrez. China acaba de botar un buque autónomo de 2000 toneladas que lleva drones y mini submarinos sin un solo tripulante a bordo. Todo manejado a distancia. Está bien si los humanos no pierden el control, pero ¿y si un día lo pierden y las máquinas empiezan a tomar decisiones por sí solas? Recuerden que en la ficción Hal, el ordenador de 2001, una odisea del espacio se rebela contra sus programadores, y ahora se plantea el problema de los Sistemas de Armas Autónomas Letales (LAWS en inglés) que según la ONU ya se habrían usado en las guerras de Libia y Ucrania, donde hay drones que navegan solos, reconocen objetivos (radar, tanque, soldado...) y los destruyen sin intervención humana. Para António Guterres, secretario general de la ONU, estas armas son «políticamente inaceptables, moralmente repugnantes y deberían ser prohibidas por el derecho internacional» por razones éticas y porque se prestan a multiplicar la violencia indiscriminada. El catastrófismo apocalíptico de los robots escapando al control humano gana así credibilidad y aún más cuando el año pasado fracasó en Ginebra una conferencia convocada por la misma ONU con la intención de prohibir o al menos regular el uso de LAWS. Al parecer el asunto no interesó a los paises más importantes.

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