Tras el bochornoso espectáculo vivido por el regreso del rey emérito a nuestro país, en el que no ha dado ninguna explicación sobre sus comportamientos inapropiados, poco éticos y nada ejemplarizantes, y con una actitud chulesca que ha puesto en aprietos a la casa real representada por si hijo Felipe VI, es momento de hacer un análisis sobre el papel de las monarquías en los tiempos actuales. Es cierto que algunas personas y partidos políticos justifican el comportamiento del Rey emérito por el papel tan importante que jugó en la transición democrática. Nadie lo niega ni le quita el mérito que tuvo, pero es obvio que no podía hacer otra cosa. ¿O alguien piensa que podría haber optado por seguir como jefe del régimen franquista sin abogar por la transición hacia una monarquía constitucional? Si hubiese adoptado esa postura insensata, ahora no sería ni rey, ni emérito, ni estaría en España. Igual pasa con el 23 F. ¿Qué habría sido del rey si se hubiese puesto del lado de los golpistas? ¿Cuánto tiempo habría durado en el cargo? El emérito será un golfo, pero tonto no es.

Tampoco es que desentone mucho con el resto de los Borbones y lo que han supuesto para nuestro país durante los últimos trescientos y pico años. Desde mi punto de vista, de todos los reyes de la dinastía borbónica, entronizada en España en el año 1700 en la figura de Felipe V, solo se salvan Carlos III y el actual Felipe VI, de momento. A grandes rasgos, todos los demás han supuesto una rémora para el desarrollo del país, aunque unos más que otros.

En una historia de la humanidad llena de reyes y emperadores «por la gracia de Dios» hay que poner en valor el tremendo avance que supusieron las revoluciones liberares del s. XIX que dieron paso a regímenes más o menos democráticos. Por pura lógica, el hecho de poder elegir a alguien como gobernante en votación popular y solo por un periodo de tiempo concreto, ofrece más garantías de que sea una persona capacitada para el cargo, pues antes tendría que demostrar sus ideas y su valía y después, dar cuenta al pueblo de sus actuaciones. Es un planteamiento mucho más sensato que «tragarte» al rey de turno de por vida. Sobre todo, porque entre las monarquías hereditarias habrá de todo, pero lo más habitual es que predominen los que han sido caprichosos, malcriados y con falta de empatía hacia el sufrimiento de un pueblo al que tienen muy lejano. Sin duda, la insensibilidad y la incompetencia de los monarcas de turno de las diferentes naciones, ha sido una de las casusas fundamentales de la terrible historia de la humanidad, que es un continuo de guerras y conflictos que han desangrado y llenado de sufrimiento a sus habitantes, sobre todo a los más humildes.

Estos argumentos históricos entiendo que justifican sobradamente la supremacía moral y política del sistema republicano sobre el monárquico. Pero ¿y en los sistemas políticos modernos en los que las monarquías son parlamentarias? Pues sigo pensando que las monarquías siguen siendo igual de anacrónicas, porque sus gobernantes han sido niños y niñas que han crecido en una burbuja de bienestar, y, aunque los hayan llevado a internados selectos y hayan aprendido muchos idiomas y protocolos, nadie nos garantiza que no lleguen a ser personas caprichosas, inestables, corruptas y otros menesteres. Y esta situación la tendríamos que aguantar para toda la vida del personaje. Alguien dirá que también puede ocurrir con un presidente o presidenta de una república que sea elegido por el pueblo y derive por derroteros no deseados. Es más improbable, pero al menos solo duraría unos años.

Pero este debate entre monarquía y república entiendo no está maduro en España y la verdad es que, siendo evidente la ventaja de que el pueblo elija al presidente de la republica frente a una monarquía heredada, el actual rey juega su papel institucional y al menos nos sirve para evitar unas nuevas elecciones cada ciertos años, que unidas a las locales, autonómicas y europeas, acaban agotando al más pintado, sobre todo por la falta de rigor de nuestros políticos que no agotan las legislaturas y convocan las elecciones sin otras miras que el beneficio de sus partidos. Pues nada, crucemos los dedos para que este rey no siga el derrotero del resto de los borbones y aporte estabilidad e imagen a su país, que falta le hace. Afortunadamente cuenta su lado con una reina que no es de sangre real, sino que viene del pueblo, está pegada al terreno, parece tener la cabeza bien amueblada y unas ideas muy claras para la educación de sus hijas. Los tiempos convulsos que nos esperan requieren de personas muy preparadas al frente de las instituciones, ya sean votados o heredados.