Opinión | TRIBUNA
Esther Colomer
A la carrera en la lucha contra el cambio climático
En vista de la celebración, este domingo, del Día Mundial del Medio Ambiente, es importante profundizar sobre uno de los temas que más resuena en los últimos años, el cambio climático. Actualmente, sigue en pie el objetivo internacional de limitar el calentamiento global a 1,5ºC desde la era preindustrial, ya que este es el único escenario que permitiría evitar o reducir los efectos más catastróficos. No obstante, nos quedan menos de 10 años para poder alcanzarlo.
El Mediterráneo es una de las regiones con mayor riesgo de sufrir estas consecuencias. De acuerdo con el Mediterranean Experts on Climate and Environmental Change (MedECC), en la actualidad, las temperaturas anuales medias ya son aproximadamente 1,5ºC más elevadas que en el periodo preindustrial, frente al 1,1ºC a nivel global. Éstas demuestran, una vez más, la necesidad de una acción climática urgente.
¿Qué se esconde detrás de esta problemática? Indiscutiblemente, la actividad humana. Se estima que es responsable de haber causado el aumento de 1ºC del calentamiento global desde el periodo preindustrial. ¿Y cómo podemos combatir esta situación? Pues es importantísimo tener claro que las acciones individuales de cada ciudadano son imprescindibles y pueden reducir las emisiones, ahora bien, por sí solas, no son suficientes. Para combatir la crisis climática es necesario que los gobiernos y las empresas tomen responsabilidades.
En esta línea, y seamos realistas, gracias al compromiso público de la Unión Europea por el desarrollo de una economía sostenible, en mayo de 2021, España publicaba, por primera vez, una Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Esta iniciativa, aunque esperada y celebrada, fue muy criticada, pues define unas metas insuficientes para alcanzar el objetivo de 1,5ºC. Además, a día de hoy, cuando ha pasado más de un año y, por tanto, ha vencido el periodo inicial, todavía no se ha definido la tipología de empresas obligadas a calcular y hacer públicas sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), así como a elaborar y publicar un plan de reducción de éstas.
En la Comunitat Valenciana el pasado mes de abril se aprobó el proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Aunque es cierto que presenta unos objetivos más ambiciosos que los estatales –como reducir las emisiones de GEI en un 40% para 2030, frente al 23% que contempla la ley nacional– todavía continúan siendo insuficientes. Siguiendo las recomendaciones de las Naciones Unidas, es necesario un objetivo de, al menos, una reducción del 55% respecto a los niveles de 1990.
En el mapa empresarial, cada vez son más las organizaciones que están tomando conciencia de esta situación y, por iniciativa propia, están trabajando e invirtiendo en el desarrollo de tecnologías y proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático. Un estudio llevado a cabo por Forética sobre 77 grandes empresas españolas o presentes en España, mostraba que el 63% ya había definido objetivos de cero emisiones netas para 2050.
Ahora bien, no nos engañemos, no se trata de que las empresas se hayan vuelto activistas, sino de una mera cuestión de gestión de riesgos y crecimiento económico, ya que los cambios en clima ejercen impactos directos sobre sus infraestructuras, cadenas de suministro e inversiones. La ONU estima que los desastres naturales ocasionan unas pérdidas económicas anuales globales de entre 250.000 y 300.000 millones de dólares. Y, es que, una empresa con una estrategia en sostenibilidad que tenga en cuesta estas cuestiones, es sinónimo de una empresa con menor riesgo.
Un elemento muy importante, a la vez que peligroso, en las agendas climáticas de empresas y gobiernos son los mercados de carbono, que se basan en la venta o compra de derechos de emisión de GEI. Por ejemplo, imaginemos que una empresa supera la cantidad de emisiones GEI que se había adjudicado en un principio, esta puede acudir a una segunda empresa cuyo nivel de emisiones hubiera sido inferior al atribuido para comprar ese volumen de emisiones no generadas. Este sistema, de ninguna manera, debe ser considerado como una solución en sí mismo, sino como una herramienta a corto o medio plazo para las emisiones más difíciles de reducir, mientras desarrollan tecnologías que permitan obtener esa reducción de emisiones permanente.
En definitiva, los próximos 8 años van a ser decisivos en la evolución climática de nuestro planeta. Gobiernos y empresas son los actores principales en esta lucha contra el cambio climático, de manera que o ambos actúan con rapidez y precisión o sus economías podrán verse gravemente afectadas, por no mencionar las implicaciones sobre la salud pública y el deterioro de la calidad de vida.
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