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A vuelapluma

Alfons Garcia

De sombras y principios

L eo la crónica de Antonio Muñoz Molina de los días de pandemia, cercanos y lejanos, y entiendo sus contradicciones. «Yo quiero que pase esto, que acaben los muertos, que los enfermos se curen […], pero también quiero que haya silencio y sosiego en las ciudades, y que la vida conserve algo de esta fraternidad», dice mientras hay aplausos diarios a los sanitarios y solidaridad vecinal. Cuando no había mascarillas, recuerdo que un día sonó el timbre y era una vecina con una sonrisa y un puñado que había manufacturado en casa. Recuerdo la comida que llegaba a la puerta cuando la enfermedad entró. Recuerdo el miedo y el horror que vino después, mucho después, cuando todo parecía que empezaba a irse. Recuerdo que íbamos a salir mejores y más fuertes. Recuerdo que perdí la sombra en la ciudad del miedo. Pero aún así, comparto la nostalgia de la ciudad tranquila, que para y respira. Las contradicciones son materiales humanos de construcción. La vida no es una autopista de único sentido. Se parece más a una carretera de montaña con muchas curvas, donde es fácil perderse y hay que cambiar de dirección a menudo.

A mí, por ejemplo, me conmueve la cohesión del venerable pueblo británico en torno a la reina de Inglaterra y a la institución de la monarquía, asumida sin discusión ni reproche pese a los privilegios y las fortunas que atesora. Esa aceptación acrítica me parece que es como quitarse un problema de en medio. Una forma de evitarse problemas sin final. Pero al mismo tiempo, me fascina el afán español por el sueño quijotesco de la república, por todo lo que esta esconde de utopía de justicia social e igualdad.

Yo, por ejemplo, estos días comparto las ansias de un mundo sin armas y la urgencia de paz cuando cada día mueren de media cien inocentes soldados ucranianos y no sé cuántos rusos igual de inocentes. Entiendo que la escalada belicista es peligrosa y solo significa sangre y más sangre, pero confieso que estos días también siento el deseo de aplastamiento de Rusia, como concepto invasor, no de sus ciudadanos, aunque no sea posible esa división. Deseo que sienta la derrota y que el presidente culpable sufra las consecuencias. Deseo que exista algún tipo de justicia, porque la paz sin justicia es semilla del odio y es siempre un mal final. Sé que debería anhelar la paz sin dobleces, pero supongo que no logro evitar otra contradicción porque no logro ver el conflicto geopolítico en toda su extensión, como mis buenos amigos de la izquierda.

Yo, por ejemplo, entiendo estos días las críticas a los fastos del Estatut d’Autonomia, porque algo así debería servir básicamente para unir, política y territorialmente, y no para dividir (aún más) ni crear más conflicto (aún más), y más cuando en la calle cunden las preocupaciones del bolsillo. Pero entiendo que unos actos blancos, sin marca nacional (valencianista o catalanista, llámenla como quieran), hubieran sido una traición a estos cuarenta años, a los que empezaron a luchar por el Estatut, en la Transición y antes, en la II República. Miremos alrededor, miremos esta tierra, lo que hemos vivido, y seamos realistas: lo fácil para cualquier gobierno valenciano (más en este momento de la Historia, después del procés independentista), incluso de izquierdas, sería coger la bandera del anticatalanismo y agitarla con ganas. Estoy convencido de que electoralmente sería rentable. Y estoy convencido de que muchos en la izquierda, sobre todo en sectores más jóvenes, creen que es un camino que funciona. Pero entiendo, y comparto, que hay límites éticos. Que la Historia merece un respeto si se quiere ofrecer un futuro digno. Y creo que el oportunismo, a la larga, es una carretera hacia el fracaso. Quizá lo pienso por lo mismo que siguen emocionando las utopías. Como la de la república. O la de la abolición de la prostitución. Entiendo que es más realista poner orden y reglas en lo que hay y evitar que la venta de sexo se haga en ámbitos de marginalidad. Pero tengo la sospecha de que el día que el pragmatismo gane la partida empezaremos a perder algo. Porque cuesta aceptar la dignidad de una mujer que se gana la vida vendiendo su cuerpo. Será otra contradicción, posiblemente estoy en las nubes y no en la calle, pero sin principios (alguno, no demasiados) no creo que pueda volver a encontrar la sombra.

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