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Martí

Valencianeando

Joan Carles Martí

¡Vivan los novios... y las novias!

Vuelve la temporada de bodas, pero la mayoría son celebraciones civiles de influencia cinematográfica con mucho artefacto en redes

Valencianeando | E. RIPOLL

La gente todavía se casa, pero mayoritariamente por lo civil. De cada diez parejas españolas que deciden contraer matrimonio, nueve lo hacen por lo civil y solo una por la iglesia. En la última celebración eclesial que asistí hace años, el capellán riñó tanto al respetable con tan poco criterio que algunos invitados abandonaron el templo, poniendo en peligro el enlace nupcial. Los esponsales casi acaban en exequias. Después de una larga temporada de libre amorío y restricción pandémica, los casamientos han vuelto, e irremediablemente, las despedidas de solteros y solteras. En eso no conozco estadísticas, pero la cutrez de anunciar el compromiso va en aumento. No únicamente en el inventario de disfraces antediluvianos, sino en la nueva moda de interpelar al viandante como tales voluntarios de una oenegé que propugna una cruzada contra el matrimonio, al estilo de casado ya no me lo pasaré tan bien. Por no mentar la recién incorporación de la charanga. Me parece muy bien que nos enteremos de que aún hay valientes encaminados al sacramento, pero ¿es preciso armar tanta bulla? Está en ciernes otra plataforma en favor de la ZAS (Zona Antidespedidas de Solteros).

El póquer nupcial.

La Catedral, la Basílica, el Patriarca y Sant Doménec (Capitanía) era la clasificación ‘Champions’ de los templos más populares para casarse. Luego hubo iglesias muy competitivas como Sant Agustí, Sant Joan de l’Hospital, Sant Esteve, Santa Caterina o Sant Martí. Todas en Ciutat Vella, porque se acabaron las bodas de barrio. Aunque en el Eixample, la Basílica de Sant Vicent Ferrer y Sant Joan i Sant Vicent mantuvieron el esplendor. Como casarse se ha vuelto raro, hay que solemnizarlo por el centro. Se podía poner de moda Santa Maria del Mar, pero el Cabanyal tampoco es muy de ‘retors’, como decía Don Vicent (Blasco Ibáñez). Pero la proximidad de La Marina sigue desaprovechada incluso para las bodas. Sin embargo, como casarse ya no es una necesidad, sino más bien un antojo, los enlaces fuera de València se han impuesto por lo civil. La oferta por la comarca de l’Horta se recupera de la pandemia en alquerías, masías, huertos y cartujas acondicionadas para la ocasión. El Camp de Morvedre y La Ribera también puja en esa clase de matrimonios a la ‘americana’, donde los novios entran mientras suena de «The Scientist» de Coldplay. Por no hablar de Xàbia.

Boda del año.

La primera parte se celebró el jueves en la Sala Jerusalem. Juanma y Eve congregaron a todas las ‘p’ de València. Había mayoría de políticos y periodistas, pero el local estaba lleno de grandes profesionales y presuntos de toda condición. «Solo Doménech es capaz de juntar tanta gente distinta», apuntó un gacetillero, con criterio. Y era verdad, aunque los protagonistas fueron los novios, con lanzada de ramo de la novia incluido. Cuando uno se casa por segunda vez pasado el medio siglo, lo hace por amor, seguro, y si encima es una bella cubana la que te dice sí, hay que dejarse de romances y reincidir. Leo Sagarra estuvo genial como maestro de ceremonias y José Manuel Casañ nos rejuveneció con un recital inolvidable. La segunda parte, el 25 de junio en La Habana. Algunos repiten.

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