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a vuelapluma

Alfons Garcia

Momento de decidir

E stoy atravesando una meseta quisquillosa de la vida. Cosas de la edad, el cansancio, el calentamiento global o simplemente el verano. O de la normalidad, que no sé si es ni tan vieja ni tan joven. Ni siquiera sé si esto es normalidad, un concepto difuso y mentiroso. Porque podemos pensar que esto es la normalidad, porque no hay estados de alarma, ni partes diarios de muertes, ni calles cerradas ni escasez de ataúdes. Solo hay una guerra al otro lado de la puerta, que es algo no tan extraño en la Europa violenta del siglo XX (y XXI, tal como va). Pero por otra parte, es difícil considerar normal un tiempo en el que estamos sobrealimentados con dinero de la Unión Europa (si es que ha empezado a llegar, porque los ritmos burocráticos son inextricables) y en el que el Gobierno ha tirado también de chequera, por aquello de que las reglas de gasto están canceladas, para hacer frente a las urgencias económicas y sociales de la covid. También esto pasará, aunque nos hemos acostumbrado a estas inyecciones y ya las damos por normales. Y lo que vendrá será la normalidad de verdad. U otra normalidad, como la de los viejos tiempos. Porque no hay normalidad que sea tan normal. Europa ha empezado a dar señales de que otro tiempo se acerca con el anuncio de que los tipos de interés van a empezar a subir para contener la inflación. Y eso significa que no va a haber tanta alegría pública para el gasto y que entonces se va a ver quién ha sabido prepararse mejor.

En esta meseta quisquillosa de la vida aprendo también del olvido. La normalidad es repetir errores del pasado, aunque debería significar que hemos aprendido algo. No soy nadie para decir a otros lo que tienen que hacer, pero me parece que, para Mónica Oltra, es el momento de grandes decisiones. Debería serlo. Por el proyecto de la izquierda y por el sistema. Porque el cambio de 2015 era también para ser un ejemplo de reputación y la Fiscalía le acaba de decir que su departamento obró mal con una niña de 14 años abusada. Ese extremo creo que, después de todo lo sabido y leído, tiene poca discusión. Que la propia vicepresidenta y consellera del ramo interviniera verbalmente para proteger a su entonces marido en contra de una niña que denunciaba abusos sexuales es algo que me cuesta creer y de lo que, tras las muchas diligencias practicadas, no hay evidencia ni prueba. Los tribunales dirán, pero llegados a este extremo, revolverse contra los fiscales puede ser algo humanamente entendible, pero institucionalmente supone un riesgo para todos, porque supone deslegitimar un pilar del sistema. Y este ya está bastante erosionado. A Oltra le perjudica además la mochila que lleva la Comunitat Valenciana con la justicia. Calentarse contra la Fiscalía cuando su criterio perjudica a ella solo lleva a pensar en aquellas ocasiones en que ella, y los socios del Botànic, se basaron en los pronunciamientos del Ministerio Público para condenar acciones de la derecha. ¿Entonces la democracia no tenía un problema y ahora, sí? La normalidad no puede ser poner cargas de dinamita al sistema.

No sé si es justo que Oltra se aparte (puede no ser una decisión definitiva), pero creo que es lo mejor llegados a este punto. No obstante, como decía, no soy nadie para dar lecciones y cada uno es dueño de sus decisiones. Posiblemente ella está lamentándose hoy del día que decidió no apartarse al abrirse la investigación judicial sobre los abusos de la menor, posiblemente porque consideró que era imposible que allí hubiera algo. Y del día que pidió el informe sobre la chica y este se convirtió en la pieza clave para repetir el juicio y producir una sentencia que cuestionó el trato hacia la niña al ver una investigación «parajudicial». Posiblemente fue todo buscando la verdad, pero lo que las instancias judiciales han leído hasta ahora es que fue para ocultar unos hechos que perjudicaban a su ex y, en extensión, a ella.

En esta meseta quisquillosa, de lo poco que he aprendido es que la amistad es un concepto demasiado valioso para mezclarlo con la política o el periodismo. Realmente, lo único normal en cualquier tiempo es la soledad. Y ahora más que nunca, la normalidad es la fragilidad de la democracia en esta oxidada Europa frente a autocracias y tiranías, las que cada vez más manejan el negocio del mundo, porque sin reglas y conciencia el dinero fluye mejor. Mientras, aquí seguimos nosotros, orgullosos de nuestros cuentos, nuestra bendita libertad, nuestra cultura, nuestra candorosa manera de sentirnos superiores.

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