Tras dos años de pandemia en los que se cancelaban iniciativas, proyectos y viajes de todo tipo, hoy la normalidad ha querido que se retome aquello que nos ilusionaba y nos daba vida. Tengo la gran suerte de volver a hacer un viaje muy especial, el Camino de Santiago, con 66 alumnos de 1ºbachillerato, entre 16 y 17 años, cargados de ilusión en cada una de sus mochilas. Estoy seguro que muchos de ustedes también lo han experimentado y que nunca olvidarán lo que vivieron etapa tras etapa. Llevo concienciándoles, junto con tres compañeros más, de la suerte que tienen de hacer algo diferente y que les puede facilitar herramientas para afrontar el mundo en el que viven. Y ese mundo no es fácil para nadie, y menos para la juventud. Algo estaremos haciendo mal cuando en las aulas vemos más casos de ansiedad y depresión. Voces expertas alertan del aumento exponencial en adolescentes y piden más medios para combatirlas y prevenirlas en centros educativos y hospitalarios.

Han sido personajes públicos y de fama mundial quienes han puesto encima de la mesa la complejidad y la profundidad de esta realidad. Uno de los puntos de inflexión que marcaron el inicio de la visualización de estos problemas fue cuando la gimnasta Simone Biles se retiró de la competición en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Después de hacer un ejercicio único que pasará a los anales de la historia de la gimnasia artística por su dificultad y originalidad, el Yurchenko con doble mortal carpado, paró en seco su carrera porque priorizaba su salud mental. Mensaje de su retirada: “Tengo demonios en la cabeza”. Biles acaba de publicar un libro Ansiedad, A mí también me pasa. En el prólogo apunta: “La adolescencia es una etapa crítica en la que uno de cada tres jóvenes sufre o sufrirá un trastorno de ansiedad y uno de cada doce tendrá problemas graves en la escuela, en casa, con los amigos o en actividades en las que se les exige alto rendimiento”. No pensemos que esto sólo se da en el contexto de elite deportiva y alto rendimiento. El problema está en el fundamento del modelo social actual. El pensador surcoreano Byung-Chul Han lo describió a la perfección en su libro La sociedad del cansancio. Su tesis es inquietante porque nuestro modo de vida sólo puede desarrollarse y mantenerse en la medida que nos auto explotamos, que estemos siempre ocupados haciendo cosas sin saber por qué, dado que tenemos que producir y rendir sin descanso. Esto nos lleva a no dedicarnos tiempo para nosotros y, por tanto, a no saber si quiera lo que queremos y tomamos las necesidades prestadas de la publicidad y de los mensajes constantes que nos llegan de las redes sociales. Apliquemos esto a la juventud y multipliquemos por tres sus consecuencias y efectos. Una parte importante de ella sufre estrés vital por cuestiones personales y la presión de las obligaciones académicas. Hoy tienen interiorizado que tienen que rendir más que nadie; cuando sufren un resbalón te dicen que han fracasado, que están decepcionados consigo mismos y que se sienten una piltrafa. ¿Por qué? ¿No han sido sentimientos que se han expresado siempre y a esa edad? Sí, pero, tenemos una circunstancia nueva, dado que hoy la competición es por todo, y no sólo por las notas y rendimientos, sino por ‘likes’ en redes o por entrar en los cánones de belleza.

Las preguntas que nos debemos plantear y que en la escuela y en la familia se tienen que trabajar a diario para dar respuestas a todas estas enfermedades sociales son: ¿qué necesitamos? ¿Qué me hace falta para vivir? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué demonios tengo que dejar por el camino de la vida? ¿Qué me daña y me abre en canal? ¿Qué me hace crecer y ser quién soy? ¿Qué oyes en tu interior? Experiencias como el Camino de Santiago ayudan a que personas jóvenes se planteen estas cuestiones que les ayudarán a perfilar y trazar el porvenir y el sentido de sus vidas. De esa forma los demonios callarán y las virtudes y vocaciones se expresarán. Buen Camino de vida.