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Jorge Dezcallar

Guerra y hambrunas

La falta de grano

Mientras andaluces y franceses votaron este domingo, en otros lugares falta pan. Y más que va a faltar porque no hay ninguna situación mala que no sea susceptible de empeorar. Creíamos estar curados de espanto viendo las imágenes de la guerra de Ucrania que las televisiones cuelan a diario en nuestros hogares, y ahora resulta que esa guerra se extiende también a África en forma de alimentos que no llegarán, agravando una situación que ya es crítica pues hasta 17 millones de personas como usted y como yo están amenazadas por una terrible hambruna en el Cuerno de África. Gentes a las que, sin comerlo ni beberlo -y nunca mejor dicho- les cae encima la lejana guerra de Ucrania en forma de millones de toneladas de trigo, de cebada y de maíz bloqueadas por la guerra y que pueden acabar provocando más muertes que las mismas balas.

Hace 2.700 años Ezequiel, con ese malhumor que parece consustancial a los profetas, anunciaba la llegada de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis que con tanta expresividad dibujara Alberto Durero muchos años después, y hoy podría decirse que su profecía se ha cumplido pues sufrimos una guerra en el corazón de Europa, la pandemia del Covid es la peste del siglo XXI que parece querer quedarse entre nosotros mientras miramos hacia otro lado porque no la queremos ver, y las hambrunas regresan para nuestra vergüenza agravadas por ese cambio climático que algunos aún hoy se obstinan en negar.

Ucrania era un formidable productor y exportador de trigo, de cebada y de aceite de girasol. También de cebada y de colza. Juntos, Ucrania y Rusia exportaban el 30% del trigo en el mundo y eran también los principales productores de abonos nitrogenados. Y ahora resulta que por un lado Ucrania no puede exportar porque ha perdido el puerto de Mariúpol y ha minado el de Sebastopol para evitar un desembarco enemigo, y que por otro lado los rusos están destruyendo sus silos y cosechas además de llevarse todo el grano que encuentran, sin tampoco poder exportarlo en cantidad porque los puertos internacionales están cerrados a sus barcos, no encuentran fletes ni seguros, y porque frenando voluntariamente sus exportaciones quieren también forzar la mano de occidente para que levante algunas sanciones. Las consecuencias son escasez y subidas de precios. Bielorrusia ofrece exportar el trigo de Ucrania por su territorio hacia los países Bálticos a cambio de que levantemos las sanciones que pesan sobre sus propias exportaciones, mientras que se han revelado infructuosos los intentos de sacar el grano por ferrocarril hacia Polonia o Rumanía porque tienen un ancho de vía diferente. La consecuencia es que ahora hay 25 millones de toneladas de trigo bloqueadas y eso agrava la escasez de alimentos en otras latitudes. Es un drama para África que importa de Ucrania y de Rusia el 44% del trigo que consume con un precio que ya ha subido un 23%, igual que los fertilizantes, mientras Rusia dice que la culpa de todo la tienen las sanciones y que si a alguien hay que pedir cuentas es a los EE UU y a Europa.

Turquía, que es el país OTAN con mejores relaciones con Rusia, busca una solución junto con las Naciones Unidas. El mayor problema es la desconfianza: los ucranianos temen que si desminan el mar, algo que tardaría unos dos meses como poco, pueden facilitar un desembarco ruso en Odesa, mientras que los rusos piensan que los ucranianos buscan ganar tiempo a la espera de recibir armas occidentales más sofisticadas, esas que le hacen advertir a Putin que estamos cruzando el límite de la no beligerancia, y a Lavrov afirmar que en realidad la OTAN y Rusia ya están en guerra por un país interpuesto. El senegalés Macky Sall, presidente de la Unión Africana, ha viajado a Moscú para explicarle a Putin que la guerra no va con África y que lo están pasando muy mal al estar aprisionados entre el hambre y el régimen de sanciones. Según fuentes norteamericanas, catorce barcos rusos van ahora camino de África con grano robado en Ucrania. Apuesto a que los africanos los recibirán con los brazos abiertos aunque eso irrite a Washington por violar el régimen de sanciones. Y hay que comprenderlo porque, como decían los clásicos, “primum vivere et deinde philosophari”.

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