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Francisco Sosa Wagner

El “regresismo”

Contra el nuevo “progresismo”

De vez en cuando es conveniente que nos miremos en nuestros adentros para advertir en qué situación se hallan nuestras opiniones. Hacer un alto, como si dijéramos, en nuestro deambular y practicar la introspección.

Así, por ejemplo, en unos días ejerciendo de caminante introspectivo por la vida, me he dado cuenta de que defiendo que los estudiantes tengan que aprobar todas las asignaturas para pasar al curso siguiente. También creo que es un disparate que haya zonas de España donde no se pueda estudiar el idioma español. A lo mejor son rarezas del viejo que soy pero yo así lo estimo.

Como estimo que es raro el hecho de que un varón se levante por la mañana y, ejerciendo el derecho a la libre determinación de su sexo, se declare sin más mujer. O viceversa, que una señora después de desayunar, harta de hacer de esposa y de madre, diga que es un hombre y que es su firme determinación pedir el ingreso en un convento de padres agustinos. ¿Son extravagancias mías? Puede ser, pero en ellas estoy.

También creo que el pedo de una vaca de mirada triste pero esperanzada no atenta contra el equilibrio de la naturaleza ni pone en peligro la seguridad de los glaciares sino que es una expansión fisiológica sana y a la que todos ¿para qué engañarnos? nos hemos dedicado más de una vez, aunque lo hayamos hecho de manera furtiva, evitando el estrépito porque puede alarmar a quienes nos rodean.

Ir a cazar unos jabalíes al monte o asistir a una corrida de toros son pasatiempos que están inscritos desde tiempo inmemorial en las costumbres de los humanos y por eso también patrocino su licitud y conveniencia.

Asimismo juzgo que el lobo es un bicho en ocasiones perverso que se come a las ovejas y que ello daña el patrimonio de los ganaderos, a quienes debemos respetar porque de ellos depende el ecosistema que no sé muy bien lo que es pero que debe de ser algo relacionado con los prados, las montañas, el azul del cielo y la serenidad de los lagos.

Y, si pasamos a la vida colectiva, defiendo que no se debe gobernar por medio de decretos leyes porque destruye el sentido que tiene el Parlamento y hace inútiles las elecciones. Es decir, nos anima a que el día en que se celebran nos vayamos a tomar a la playa más cercana unas gambas y hagamos un corte de mangas a la urna y a sus ritos.

También defiendo que los jueces han de ser independientes y que los manejos de los políticos para designarlos son abominables. Y que quien ostenta la máxima categoría en la Fiscalía no debe ser una mujer que ha estado en el Gobierno y ha obtenido un acta de diputada dando mítines por las plazas de España.

No me agrada que se otorguen beneficios a los terroristas y sí a sus víctimas. Como tampoco comparto que se indulte a quienes han perpetrado un golpe de Estado.

Asimismo sostengo que los funcionarios han de ser seleccionados con respeto al principio de mérito y capacidad, demostrado en pruebas, y no por un apaño del compañerete del partido o de la tribu sindical. Por eso estoy en contra del número desvergonzado de “asesores” nombrados a dedo por ministros, presidentes, consejeros y el resto del tropel que decora el escenario político.

Me parece execrable que los partidos y los sindicatos estén alimentados por las arcas públicas y no por las cuotas de sus afiliados que son quienes se benefician del reparto de sus prebendas.

Y así sucesivamente…

Pues bien, como todo esto que no comparto es lo que defiende y practica el “progresismo” que nos mangonea, he decidido hacerme “regresista”, anunciar la ideología del “regresismo”. No trataré de captar prosélitos porque creo que intentar convencer de algo a un semejante es como tratar de mover un avión con agua de Solares, pero allá por donde vaya proclamaré la rectitud de la conducta “regresista”.

El “regresismo” pues como elemento indispensable de la higiene personal. Y de la decencia.

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