Este jueves 30 de junio Serrat realizará el primero de sus dos conciertos de despedida en Valencia. La Plaza de Toros es el escenario escogido por el cantante para sus «adieux»,este mismo espacio donde allá por el verano de 1969, en periodo más tumultuoso para el autor de Paraules d’amor después del affaire Lalala, cantaba por primera vez. Era el verano de los poemas-canciones de Machado que el músico llevaba en bandolera por los cuatro puntos cardinales del país. Para un niño a punto de entrar en la primera adolescencia, escuchar los poemas de Machado en la voz de Serrat tenía gusto a canciones pop; esa metamorfosis «irreverente» que descoloca a algunos puristas y ortodoxos de la lírica machadiana. Como señala el escritor Manuel Vázquez Montalbán a propósito de las críticas que suscitan las adaptaciones de los poemas: «Creo que en la virtud de las versiones de Serrat está precisamente el defecto que le encuentran los habituales lectores de poemas y la crítica más culta. La excesiva vulgarización musical». Ese mismo verano de 1969 canciones como La saeta o Cantares compiten con temas tan insustanciales como La chevecha de Palito Ortega o la Maria Isabel de Los Payos. El álbum Dedicado a Antonio Machado, para sorpresa de su editora Zafiro, acabalará convirtiéndose en uno de los discos más vendidos y confirmando el triunfo de la canción de acento lírico entre un joven auditorio. El país parecía que de la noche a la mañana pasaba de escuchar los imperativos melodramáticos de Raphael a las ensoñaciones y soledades de Serrat. Se había abierto la espita de las emociones intimas.

Nadie le puede negar a Serrat haber colaborado a transformar el imaginario de este país en estos más de cincuenta años. Decía el poeta Jean Cocteau que «antes de Charles Aznavour la desesperación era impopular. Ahora no». Tomando al poeta francés se podría añadir que antes de Serrat la tristeza era impopular y la ternura no estaba bien vista, ahora, con él, se convierten en la banda sonora existencial de toda una generación. Coronado como el cantor por excelencia de la alegría de vivir, mucho antes de esta «joie de vivre», las canciones de Serrat acompañan los corazones tiernos de una generación de jóvenes en ese «viaje a la singularidad» que define la adolescencia. Serrat es el portavoz de un «feliz estado de tristeza existencial». El país por fin ya dispone de un héroe juvenil. Sencillo, atractivo y próximo para el público a pesar de un régimen franquista que le hurta durante casi seis años de ese contacto familiar que significa un medio como la televisión. Sobre el escenario desprende una mezcla de austeridad y elegancia ya sea vestido de negro, en traje de terciopelo o con una sencilla camisa blanca. Antes que la transversalidad estuviera de moda, Serrat ya puede presumir tanto de un público más sofisticado e intelectual como de un auditorio juvenil y de fans. Cantante y creador, culto y popular. Serrat canta para todos. Y también para cada uno.

Los cantantes de una vida artística longeva acaban acompañando nacimientos, bautizos, bodas, divorcios y también, por supuesto, los traspasos a una vida, esperemos mejor. Como el propio cantante ha comentado, cada uno acabamos confeccionando las canciones a nuestra medida, una suerte de prêt-á-porter melódico. Ya se trate de baladas que nos descubren la belleza de las pequeñas cosas, la nostalgia de un mundo que se transforma o desaparece como el viejo barrio donde nacimos; la evocación de la fuerza de la naturaleza, el amanecer del nuevo día o la infancia, la verdadera y única patria que decía el poeta. Y el amor, «el primer, el darrer, el que fa patir, el que vius un dia». Y la amistad y las voces de los poetas y las primeras alertas ecológicas… Y por supuesto, la ternura, ese sentimiento sin el cual la vida sería mucho más dura e insoportable.