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Alfons Garcia

a vuelapluma

Alfons Garcia

A tientas en la columna

Los jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN visitan el Museo del Prado

De vez en cuando la vida toma conmigo café… Escribo con la retina aún manchada del último concierto de Serrat. En el adjetivo está la gloria y el dolor del momento. La conciencia de finitud es un aviso general de que ha pasado ya demasiado tiempo. La nostalgia es tan inevitable como terapéutica, de vez en cuando. La noche larga y cálida es un espejo. La imagen que me devuelve es la de alguien que se ha acostumbrado a pontificar y a parecer que tiene razón, el drama de todos los que nos ponemos a la sombra (tan ridícula) de una columna de opinión. Permítanme que me recuerde en esta noche de despedidas que nunca he tenido verdades, que mi mejor opinión es confesar que voy a tientas también aquí, como entre las calles y los días...

Han sido días de poderosos. De brillo y oro. Parece que los dueños de Occidente alucinan en el museo del Prado. Boris Johnson y Emmanuel Macron pasean entre los cuadros ajenos al grupo principal. Joe Biden está con el móvil ante las Meninas. Se advierte estos días mucho orgullo patrio, una unión colectiva inconsciente frente al mundo. Recuerda a los sentimientos de Barcelona 92, aquella demostración de modernidad de un país que venía de un franquismo casposo. No sé si ahora hemos querido exhibir que podemos ser una potencia al primer nivel. Como en los tiempos de Felipe II y Carlos I. No sé si a quien eligió el Museo del Prado para la cena de gala se le ocurrió esa conexión entre el pasado y el futuro. Pero estas exhibiciones siempre tienen algo de falso. Como en cualquier fiesta, el tiempo parece que se detiene, que la realidad desaparece, pero volverá. En 1992 vino en forma de crisis, económica y moral, que se venía larvando. Un país que había crecido con pies de barro (casi siempre es así, porque uno está convencido de que la espiral de progreso no tiene fin) y donde se había impuesto el dogma del dinero rápido como la religión final. No sé qué nos espera después de esta cumbre mundial de la OTAN, pero hace ya un tiempo que se advierten síntomas de fatiga en el modelo posmoderno occidental. No sé si es el propio desgaste por rozamiento del mecanismo o la tendencia de la masa a cambiar. En el caso valenciano la izquierda lleva un periodo de turbulencias continuadas. Quizá es que cuesta ya controlar el relato. Cuando parece que todo se acaba y se puede empezar etapa surge otro frente. Las turbulencias han coincidido con grandes hitos de gobierno, de los que marcan el futuro, como el anuncio de la gigafactoría de baterías, la continuidad de Ford y la apertura de una nave cultural tan grande como el CaixaForum. Pero parece que son hechos subalternos, que no han conseguido marcar la actualidad. Lo que cuenta hoy es el precio disparatado de la gasolina, la sorpresa del tique de compra en la caja del supermercado. Ese contexto inflacionista, de crisis de verdad en los bolsillos, es determinante en el tiempo que viene. Significa un voto cabreado. Y eso ya se sabe en qué se traduce. Hoy, después de Andalucía, parece que las soluciones fáciles y populistas empiezan a perder fuelle, pero esa es una mirada condicionada por un territorio muy concreto, que después de casi 40 años de socialismo ha descubierto que el cambio no era destrucción, sino que casi ha sido lo mismo que había, pero con la tensión relajada, porque lo nuevo tiene eso. Pero la C. Valenciana y España tienen otras dinámicas. Aquí no están tan lejos los veinte años de gobiernos del PP: en lo que derivaron. De momento Moreno Bonilla ha hecho algo parecido a lo que hizo Zaplana entre 1995 y 1999 con un resultado parecido. Nuestras coordenadas, aquí y ahora, son otras.

Estos días de poder y brillo nos dejan un mundo remilitarizado y sin argumentos morales en contra, porque los grandes causantes (o los justificantes finales, digo de Rusia y China) son los herederos del universo ideológico en el que creyó la izquierda. El tiempo posmoderno, el de lo gaseoso, lo líquido y lo global, se desvanece en un mundo en el que se recompone la industria pesada y se reconstruyen fronteras y telones (insuperables siempre que no haya dinero de por medio). Lo bueno es que ya hemos visto que todo va deprisa y puede cambiar. No está escrito que haya de ser para peor.

Fue sin querer, es caprichoso el azar… La fiesta no se ha acabado, aunque las luces se apaguen esta noche. Hoy y siempre, entre el desánimo y la esperanza, la sonrisa es una manera mejor de pasar los días. Nunca los tiempos parecen buenos. No es tan grave mientras sigamos sensibles a la fragilidad humana. Para no ser devorados por nosotros mismos. Hay noches ausentes de verdad en las que vivir parece más sencillo.

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