La movilidad humana creciente (y estos días copan los informativos, desgraciadamente, por culpa de otro ejemplo de insensibilidad) está provocando cambios sustanciales en la configuración de las identificaciones, tanto personales como agrupadas. La multiplicidad de referencias identitarias provocan un choque en el migrante, también entre aquellos y aquellas que coinciden (y crecen intelectualmente) junto a ellos. No es algo extraño en las personas que pueblan un mismo lugar durante toda su vida, dado que la expansión de las tecnologías de la información y la comunicación han provocado un contacto múltiple y perpetuo con nuevos referentes culturales, lo que redefine prácticamente de forma diaria la identidad individual y colectiva. Sin embargo, entre las personas migrantes o entre aquellas que cuentan con ascendencia de un lugar de procedencia diferente a donde se vive, la mezcolanza es mayor, con un proceso de definición personal que se nutre de múltiples factores tanto grupales como personales, aportando una identidad multicultural pero también individual y cuasi intransferible por cada uno de los personajes involucrados en el proceso.

La identidad no es un constructo pétreo sino un proceso de negociación constante tanto con uno mismo como con el resto de la comunidad. Se ha analizado desde diferentes campos de las ciencias sociales, con diversas perspectivas en función de la visión. Por una parte, por ejemplo, la psicología, por otra la sociología, con diferente peso otorgado a la interacción o la influencia social. La psicología social, por ello, supone un punto de encuentro que respeta la creación de las identidades como la interacción mutua entre factores internos y externos del individuo, respetando la particularidad cognitiva personal pero en medio de un contexto social y un marco histórico. 

La especificidad incluso navega a nuevos campos cuando un grupo de personas de una misma cultura desarrolla dicha interacción y convivencia en medio de un nuevo país, respetándose muchos de los parámetros del origen pero incluyendo otros de la nueva vivencia. Es ahí cuando se desarrollan (en función del peso y la fuerza del grupo) la integración, la asimilación, la separación o la marginalización; respectándose, diluyéndose o perdiéndose la identidad de origen. En todos los casos, eso sí, la persona migrante o sus descendientes experimentan una pérdida de parte de su identidad de origen, creándose nuevos elementos culturales e identitarios e incluso produciéndose distancias entre generaciones de migrantes. El multiculturalismo es hoy la norma en el mundo, se quiera aceptar o no. Eso sí, con culturas hegemónicas que imponen parámetros de forma dictatorial.

La persona migrante, además, adquiere la identidad de grupo de su situación de tránsito o cómo nuevo elemento en una sociedad que puede ser acogedora o agresiva. Migrar define. Migrar te une a otros migrantes. En la adversidad, en el padecimiento de la discriminación, en el silencio, en el miedo. Una definición personal en constante mutación en función de la situación autónoma de cada individuo pero también vinculada a la concepción que del migrante se tiene en el país de llegada. Es, también, una concepción impuesta.  

La redefinición identitaria, de hecho, se inicia ya con el proceso de descontento que nace en el país de origen y que obliga a la marcha, para la asignación de un determinado rol en el país de acogida que también supondrá un elemento clave para la creación identitaria. La xenofobia o racismo padecido serán claves en este momento de configuración. El migrante puede experimentar también un sentimiento de rechazo hacia la nueva cultura en la que se inmiscuye, recrudeciéndose su individualidad personal; o también hacia la identidad de origen, provocando artificialmente la asimilación en el país de acogida. Como defendieron Portes y Xhou en sus estudios, la adquisición de la nueva identidad refleja un proceso de asimilación segmentada especialmente en el caso de la segunda generación, en la que este proceso de asimilación no es algo lineal (de menos a más) ni monolítico, sino segmentado, es decir, en la que la persona conserva algunos aspectos de su identidad de origen familiar e incorpora otras nuevas, obteniendo resultados diferentes en cada caso en función de diversas variables tales como el nivel de escolaridad, las aptitudes de los inmigrantes, el tipo de recepción o la proximidad de grupos de ambas naciones.

Como reflejamos en el libro “Identidad migrante” (en el que se entrevistan a trece migrantes llegados a España desde Colombia, Mali, Guinea Ecuatorial, Nigeria, Guatemala, Marruecos, Afganistán o los campos de concentración saharauis de Argelia o palestinos del Líbano), la identidad personal y colectiva de la persona migrante es única y cuenta con particularidades de la procedencia y la acogida. Es una tercera vía que se disecciona después en cada individuo. La construcción particular y grupal se realiza en un momento histórico único y desde una perspectiva experimental intransferible.

Por un mundo de aprendizaje multicultural.