El otro día tomando una cerveza con un amigo en una cafetaría escuchamos una conversación sin querer queriendo porque la gente tiene la costumbre de hablar en voz alta, no sé si es para que les oigamos o porque no controlan el volumen de voz. La cuestión es que estaban discutiendo sobre el resultado de las elecciones en Andalucía. Al principio en la conversación escuchábamos argumentos en un sentido y en el otro, pero poco a poco se fue caldeando el ambiente y subiendo el tono de voz. Lo cierto es que llegó un momento que me molestó la algarabía que se había generado en el local. No pude evitarlo y le lancé una mirada a la persona que más elevaba la voz. La mirada tuvo respuesta al instante con otra mirada desafiante. Al final… bajé la mirada, la dirigí a mis cacahuetes y a mi copa de fría cerveza y dije: “Si las miradas matasen”. 

No tardó mi amigo en contestarme haciendo referencia a la mitología griega y a Gorgona Medusa que tenía el poder de petrificar a quien la mirara a los ojos, como explica Francisco Pelayo (investigador CSIC) en su libro La Mirada de Medusa (2015): “las obras de los clásicos greco-latinos y la Biblia fueron los marcos intelectuales en los que se desarrollaron los estudios científicos sobre el proceso de petrificación y su acción sobre los restos humanos y cadáveres mineralizados hallados en excavaciones, tumbas o minas.”

Sobre las miradas hay mucho de qué conversar, le dije a mi amigo, sin ir más lejos lo que revela José Carlos Ruiz en su libro Filosofía ante el desanimo (2020): “El imperio de los sentidos, que era un elemento esencial del deleite, ha sufrido una reforma en sus parámetros[…] de manera que las imágenes reales pugnan contra las virtuales y las pantallas compiten contra la realidad”. Hace años era impensable esa pugna porque no existían los móviles, el tiempo transcurría interactuando con otras personas en la realidad y el único modo de almacenar lo vivido era a través de nuestra memoria. ¡Cuántos recuerdos!.

En la actualidad miramos la pantalla de nuestro móvil sin apenas reposo puesto que sus contenidos son infinitos, transcurren las horas delante de la pantalla, muchas veces sin darnos cuenta. Además, “La mirada hacia lo virtual es atemporal, sabe que puede volver a mirar los contenidos digitales cuando desee”, afirma Ruiz. Por otra parte, una mirada a la realidad que nos rodea es conocedora de que el instante es único e irrepetible y el factor tiempo hay que tenerlo en cuenta. Casi que podríamos afirma que en un mundo cortoplacista y líquido el placer de la mirada apenas tiene cabida.

Por tanto, si queremos recuperar los placeres de la vista, es imperioso educar la mirada para los tiempos actuales. Mario Alonso Puig (2017)  nos invita a través del Mulfunes a utilizar la mirada, poner atención plena mientras se camina a objetos y personas que nos rodean. “Es pasar de una atención orientada hacia dentro a una atención orientada ahora también hacia fuera”. Podríamos afirmar que es la mirada serena, sin prisas, con atención y curiosidad. Una mirada que nos puede sorprender y cautivar también.

En el baile, por ejemplo, la mirada juega un papel importante. Mirar y memorizar a través de la conducción de los brazos, manos … de todo el cuerpo, sin dejar de mirar en ningún momento a la persona que tienes frente a ti. La mirada es cómplice de la conducción de la figura de baile que se quiere dibujar con la pareja mientras suena la música.

También es cierto, que hay quien piensa que esa forma de mirar que conlleva una atención plena es inútil. No debemos olvidar que, como explicaba Nuccio Ordine (2013), “no es fácil entender en un mundo como el nuestro dominado por el homo economicus, la utilidad de lo inútil y, sobre todo, la inutilidad de lo útil.”