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Martí

El lustro de Bombas Gens

El bienestar del quinto aniversario del centro cívico-cultural de Marxalenes impulsado por José Luis Soler y Susana Lloret

Valencianeando

El 7 de julio de 2017 abría sus puertas el Centre d’Art Bombas Gens. La Fundació per Amor a l’Art juega con el siete de la suerte desde sus inicios, cuando José Luis Soler y Susana Lloret empezaron una labor de mecenazgo cultural y solidaridad social. Los que conocemos a Soler y hemos sido cómplices en muchas noches idiotas, sabemos de su entusiasmo por todo lo que significa Bombas, una mentalidad empresarial europea donde al valor consustancial de la fábrica se conjuga con sus trabajadores y la responsabilidad cívica. La prehistoria de Bombas remite a la intención primera de construir una colección de arte única con la participación de Vicent Todolí para el disfrute público. Hubo un intento frustrado de adquirir un edificio singular en Ciutat Vella, opción que dinamitó la institución propietaria del palacete el mismo día de la firma en la notaría. Un revés que dobló la búsqueda de una sede mejor y que la perseverancia de Soler se materializó un día leyendo este periódico. Unas declaraciones sobre el patrimonio industrial abandonado y en peligro de derrumbe encendió la llama definitiva.

Tenacidad.

Había que oír a José Luis Soler contar el primer día que entró en Bombas Gens y como negoció con el variopinto paisaje humano que se encontró viviendo entre paredes descoyuntadas por el fuego rodeado de quilos de mugre. Pero con la llave en la mano inició el proyecto de su vida. No se entiende ahora València sin el que significa el propósito de Bombas Gens, además de la visible recuperación del patrimonio y de la exhibición de obras de artes únicas. Detrás hay un anhelo cívico sostenible junto con los vecinos del barrio y una conducta bienhechora que ha provocado un efecto simpatía. Será bueno que su lema -«devolver a la sociedad una parte de lo que me ha dado»-, se contagie, un mandamiento civil que va más allá de la caridad bien entendida para ponerse en la cabeza de la construcción de una colectividad libre y moderna.

Emocionantes.

En tan solo cinco años Bombas se ha convertido en un centro cultural de primer nivel, un ejemplo de buena gestión privada en tiempos pandémicos convulsos. Además, está incrustado el mejor restaurante de la ciudad, donde Ricard Camerana transforma en felicidad gastronómica la cocina de proximidad. La Fundació per Amor a l’Art se ha ganado el derecho de afrontar el futuro del centro cultural con la misma implicación y respeto social que tuvo en sus primeros años de inauguración, sobre todo después de las causas sobrevenidas. El carácter pirotécnico es repulsivo en este caso, porque el patrocinio empresarial busca perpetuar una forma de hacer, muy alejada del pensat i fet, que tal como están las cosas solamente sirve para jugar al truc. La base mitológica del siete como número de la suerte se sustenta sobre las atávicas creencias en que el séptimo hijo estaba dotado de poderes mágicos, una leyenda que plasmaron los autores bíblicos para explicar que Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Vienen, pues, dos años muy vibrantes para Bombas Gens, antes del séptimo.

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