Quince de septiembre de 2008. Lehman Brothers. Los mercados se desploman y una sacudida financiera inicia la crisis económica que alimentará la fractura política y social de la que todavía hoy se arrastran consecuencias. Una suerte de efecto mariposa.

Sabíamos que la globalización era un fenómeno no exento de riesgos. Vivir en un mundo interconectado, sin límites y cada vez más tecnológico, tiene tanto de positivo como de desafío. Sobre todo, a los sistemas democráticos. Todo lo acontecido en los últimos catorce años dan buena cuenta de ello.

En 1989 caía el Muro de Berlín y la democracia vencía. Nadie nos lo explicó mejor que el politólogo Francis Fukuyama con su controvertida tesis el Fin de la Historia: la historia, como lucha de ideologías, se había acabado. Un triunfo frente al fascismo y comunismo.

Tesis recientemente revisada por él mismo en «Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento». En ella, Fukuyama viene a reconocer la crisis de la democracia liberal a partir del auge del populismo que, unido a los autoritarismos de Rusia y China, configurarían el elenco ideológico capaz de ponerla en cuestión como modelo político dominante en el mundo. Empieza el ensayo diciendo: «Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016».

Afortunadamente, ya no lo es. ¿Fin de la historia?

Aristóteles, padre de la ética política, ya dijo que es muy difícil que una democracia funcione si hay mucha diferencia entre ricos y pobres. Pues bien, no podríamos entender el auge de los populismos sin la crisis que se inicia en 2008. No podríamos entender todo lo que ha pasado, como el aumento de la desconfianza en las instituciones, sin las políticas neoliberales que han contribuido a que crezcan los niveles de desigualdad: terreno en el que medra el discurso del odio. Actualmente, uno de los riesgos más importantes está en las consecuencias económicas derivadas de la guerra en Ucrania. El autoritarismo.

Aun así, los desafíos son muy profundos y trasladar el análisis únicamente al plano de las políticas económicas reduce la capacidad de comprensión de este tiempo que avanza demasiado rápido. Que navega sobre una fina lámina de agua. Entre el anverso y el reverso de un futuro que se muestra tan esperanzador como incierto.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, habla del neoliberalismo como un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad. Sabemos que los sistemas autoritarios se caracterizan por el ejercicio de un poder represivo a través de un sometimiento disciplinario. «La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido siquiera es consciente de su sometimiento. Se presume libre. La presente crisis de la libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota». Señala Han.

Ni Adam Smith nos habló de mercados desregulados ni J. Stuart Mill de una libertad vigilante. El mundo de hoy, que también lo es del like y del selfie, no tiene nada que ver con el liberalismo clásico que, tanto en lo político como en lo económico, ha inspirado la construcción de las sociedades democráticas. ¿Estamos ante un falso cosmopolitismo?

«En el futuro, todo el mundo será famoso durante quince minutos». Lo dijo Andy Warhol en 1968 durante la presentación de un trabajo en Estocolmo. El padre del pop art se anticipaba a lo que estaba por venir cuando no se presumía, ni de lejos, la era del me gusta. De la fama efímera.

Las redes sociales, el big data y la hipercomunicación triangulan el reto de cómo conjugar la evolución tecnológica sin renunciar a las esencias que sustentan nuestras democracias. En este S.XXI tan cargado de modernidad, lo revolucionario será la política. Conjugar las dificultades del presente y los desafíos que amenazan el futuro es la gran asignatura que tenemos por delante. Reivindiquemos el sentido ético de la política.