Siempre he tenido curiosidad por conocer y comprender el mecanismo mental de la persona responsable de decidir que árboles y donde se han de plantar en la ciudad de València.

Aunque cueste creer, supongo que será un o una trabajadora del Ayuntamiento de València que vive también en esta nuestra ciudad. Supongo que paseará por nuestras calles, atravesará nuestras plazas, se sentará en algún banco, esperará varios minutos para cruzar en semáforos a pleno sol, y a no ser que vaya en coche todo el tiempo, buscará desesperadamente una sombra en la que refugiarse en esta ciudad.

No soy una entendida en jardinería, aunque me encantan los árboles y los aprecio en lo que valen pues son verdaderos tesoros que nos aportan un gran bienestar. A mi entender, València se enriquece cada vez que se planta un árbol en sus tan cementadas calles y plazas.

Me llama mucho la atención que en esta ciudad, de repente, un día árboles que aparentemente estaban sanos y frondosos son talados y sustituidos por otros como la palmera o el ciprés que no proyectan apenas sombra. Así ocurrió en mi zona, el entorno del museo de Bellas Artes, explanada soleada donde las haya y en la que hay que esperar a pleno sol el cambio de color del semáforo que cruza hacia el rio. Pues bien, en esta amplia acera, existían dos árboles medianos cuya sombra cobijaba a apelotonados lugareños y turistas que esperaban para cruzar hacia el rio o la llegada del ‘bus turístic’. Sin dolencia aparente estos dos árboles fueron talados y sustituidos por cipreses enanos que crecen lentamente bajo un sol de justicia. Ahora los que por allí andamos, nos refugiamos a la sombra de una triste pared. Incomprensible. Plantar en una ciudad como València, con tantas horas de exposición solar, árboles que no dan sombra me parece un despropósito como me lo parece la moda de plantar los árboles en maceteros que aunque gigantes, no pueden ni de lejos compararse a los beneficios de ser plantados directamente en tierra.

Esto lo podemos ver en dos de las plazas renovadas de Ciutat Vella, La Reina y Ciudad de Brujas. Quizás en estos casos, el uso de dichos maceteros esté vinculado a la prioridad otorgada a sendos parkings subterráneos de gestión municipal.

El crear sombras con los árboles no beneficia solo a nuestra salud y bienestar sino que propicia la interacción social, a veces tan necesaria entre las personas mayores que sufren la soledad de las grandes urbes. Una buena sombra bajo frondosos árboles acompañados de bancos, invita a sentarse al fresco cuando el calor se hace insoportable en casa. Y esto a su vez, facilita que en los barrios las personas que los habitan puedan interactuar y crear lazos entre ellos que les hagan la vida más llevadera y agradable.

La variedad de árboles de rápido crecimiento que dan buena sombra no es poca (morera, naranjo amargo, tilo etc…) y a no ser porque su precio sea muy alto, cosa que desconozco, no se me ocurre el motivo por el que no son los elegidos para crecer en las calles y plazas de nuestra ciudad.

A la vista de todo esto, me gustaría pensar que la cosa no es tan simple y que la persona responsable de que los ciudadanos de València disfruten de la belleza y el bienestar que generan las copas entrelazadas de los árboles regalándonos sombras cual enormes sombrillas de hojas verdes mecidas por el viento, tenga unos motivos más que justificados para privarnos de tal placer, desahogo y relax. Desde aquí le invito a que nos lo explique.