Esta noticia en Levante-EMV despertaba mi furia: «Una joven denuncia un pinchazo en el FIB: «Noté como si mi cuerpo se durmiera». No sólo por el hecho en sí, sino por el agravante del trato que recibía esta chica en el punto violeta. Sigo a la autora del texto, Violeta Peraita, y aprecio su compromiso feminista. Por eso destaca en el cuerpo de la noticia que la joven fue totalmente desatendida en el punto violeta. Somos muchas quienes los defendemos como mecanismo de atención, prevención y detección ante la violencia sexual. ¿Qué ocurre, pues? En nuestra época brillibrilli prolifera la institucionalización de puntos violeta y puntos arcoiris: la erradicación de la violencia, la homofobia, el machismo, el patriarcado y el gaycapitalismo revueltos en un batiburrillo conceptual que distorsiona y desenfoca la violencia sexual contra las mujeres. Muchas empresas e instituciones públicas confunden los términos y no toman en serio la realidad de la violencia contra las mujeres, convirtiendo la oportunidad en negocio precario. Gente en los puntos violeta sin formación ni preparación mínima. Imagínense si la respuesta al terrorismo nacionalista hubiera sido poner puntos blancos en las fiestas del pueblo. Al cura, por ejemplo, y su buena voluntad. El señor párroco repartiendo chapas blancas, globos con forma de paloma de la paz y pulseritas con un mensaje de la factoría Paulo Coelho. La gente se fotografía, lo colgamos en la redes –que esto luce mucho en los ayuntamientos– y nos felicitamos por nuestra «lucha» contra el terrorismo machista.

El dato empírico es que aumentan las violaciones grupales por parte de chicos jóvenes a chicas, a niñas. El dato empírico advierte que aumentan los casos la sumisión química –de chicos a chicas, nunca al revés. Y sacamos la artillería de puntos violeta, arcoiris y tal. Ya sé que nadie ha dicho que los puntos violeta sean la panacea a la violencia machista patriarcal. Me consta que disponemos de otras herramientas feministas bastante más potentes y resolutivas. Con todo, me gustaría que dejáramos de caricaturizar el terrorismo machista. (Esta es la tesis de mi artículo, para la gente menos sagaz y que se enfadará conmigo) En breve llegarán festivales como el Medusa, en Cullera. ¿Y saben qué ocurrirá? Que en estas páginas de Levante-EMV se publicará una noticia sobre el éxito de los puntos violeta y unas fiestas libres de agresiones sexuales. Pero si uno pregunta a la realidad material, esto es, a María, a Lucía o a Judit, nos contarán que les tocaron el culo, las tetas o una manada de chicos las asediaron. Esto se lo contaré con detalle en Levante-EMV porque mis alumnas son informadoras fiables y me enteraré de cuanto ocurra en ese piadoso Medusa. (¡Ojo, os vigilo!) No interesa al capital y sus secuaces, supongo, que se le atribuya fama de festival a tope de violencia sexual. El capital siempre gana. Podrían aprovechar estos montajes multitudinarios y proponer otras estrategias in situ. Tienen delante a las manadas si bien prefieren dejarlas disfrutar del verano.

Los puntos violeta no son un merchandising. Evitemos convertirlos en una paraeta de pulseras y chapas. Señalemos, persigamos y denunciemos la violencia sexual. Algunas empresas hacen caja blanqueándola. Y lo hacen con la complicidad de instituciones públicas, concienciadas con la causa pero muy alejadas de incorporar el feminismo en su agenda Y en sus fiestas.