Cuando el pensador utilitarista, Jeremy Bentham, publicó El Panóptico en 1791, difícilmente pudo deducir las repercusiones de lo que escribió e ideó y que, dos siglos después, nos puede servir para comprender la revolución digital que estamos viviendo, sus causas, sus consecuencias y aquello que está latente y no vemos y que debemos patentizar para poder señalar los desafíos y los retos que tenemos. Bentham puso sobre la mesa algo revolucionario: para reformar el sistema penitenciario del momento, dio con una estructura que tenía como objetivo último el control absoluto de un espacio, de una superficie, en el que cualquier movimiento fuera controlado por una persona sin la posibilidad de que pasara desapercibido. Siglo y medio después, Michael Foucault, aplicará en su obra Vigilar y castigar lo que Bentham pensó para una prisión al funcionamiento de las sociedades contemporáneas. Desarrolló los diferentes mecanismos de vigilancia y control que se dan en la sociedad y el cumplimiento de las normas como de un régimen disciplinario. Bentham y Foucault estaban describiendo estructuras alienantes, de explotación, donde las personas son explotadas y aisladas. Sin embargo, hoy estamos ante un nuevo paradigma en el que hablar de control y panóptico puede sonar a desfachatez en la sociedad de la información y de la comunicación, de internet y de las redes sociales, en el que cada persona puede, en libertad, comunicarse con quien quiera en el momento que lo decidamos, al momento, de facto, sin intermediarios de por medio. Más allá de la realidad.

Byung-Chul Han, en Infocracia, habla que estamos en el régimen de la información que no es dócil ni obediente, se cree que es libre, auténtico y creativo. Ahora bien, y aquí está el problema, los afectados por el panóptico están asilados, son explotados y vigilados, pero «no generan datos, no dejan rastros de datos, porque no se comunican». Nosotros, sí. Cada consulta y decisión que tomamos en nuestros dispositivos conectados a internet produce un rastro digital que es analizado para saber dónde estamos, qué nos gusta y atrae y atisbar qué podemos llegar a hacer. Es un control que no sentimos ni palpamos, pero que está ahí. Hasta hace unos años, como recuerda Jordi Pigem, las empresas más poderosas del mundo eran del sector energético, petróleo y gas, ahora han sido desbancadas por las cinco multinacionales del sector digital con mayor valor bursátil: Apple, Microsoft, Google, Amazon y Facebook. Su influencia, su peso y presencia en nuestras vidas no tiene parangón en la historia de la humanidad. Cada movimiento que hacemos depende de la revolución tecnológica. Ha traído avances extraordinarios, sin lugar a dudas, pero requiere de una crítica también sin precedentes. No es tarea fácil. Estamos rodeados de entretenimientos y distracciones infinitos, saturados de información donde cada vez resulta más complicado llegar a comprender lo que nos pasa y lo que pasa a nuestro alrededor. De esta forma somos más manipulables y controlables, creyendo que todo lo que decidimos no viene marcado de serie de forma previa.

Hoy el Panóptico no es un vigía que está en una torre de marfil controlando nuestros movimientos. Hoy nuestro Panóptico lo tenemos en el bolsillo. Hemos pasado de una sociedad reprimida a una sociedad adicta y paliativa en el que el dolor está mal visto porque todo tiene que ser consumido en el momento. Una sociedad de la diversión que ha perdido su capacidad de atención porque estamos absortos en las pantallas. Por el contrario, hoy se requiere más que nunca que reparemos en la realidad que vivimos, que seamos conscientes de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Cuántas cosas nos perdemos cuando estamos con la mirada en la pantalla obviando todo el torrente extraordinario de la vida que pasa ante nosotros. No estamos ante un mundo apocalíptico y de ciencia ficción cuando en febrero de 2020, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, dijo: «No sólo combatimos una pandemia; combatimos una infodemia». Heráclito, en los orígenes de la filosofía, diferenciaba dos tipos de personas, los despiertos y los dormidos, aquellas personas que eran conscientes de lo que hacían y los que obviaban el sentido de lo que realizaban. Y usted, ¿está despierto o dormido?