La competitividad feroz a la que somete el capitalismo neoliberal está carcomiendo la mente de la ciudadanía, sometida como está a una exigencia de perfección tan esclavizante como inalcanzable. Datos: 1 de cada 4 personas tiene o tendrá en España algún problema de salud mental a lo largo de su vida. El 6,7% de la población de España está afectada por la ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión. Más de la mitad de las personas con trastorno mental que necesitan tratamiento no lo reciben

Entre el 11 y el 27 % de los problemas de salud mental en España se pueden atribuir a las condiciones de trabajo. Una dictadura tirana que te exige estar constantemente ofreciendo una versión mejorada de tu yo, sin la capacidad para adelgazar la brillantez y la posibilidad de relajarte. Si te normalizas, desapareces. Si no mejoras, desapareces también. Si no creces, decreces. Es esta, bajo la filosofía de época neoliberal, una sociedad sin descanso moral, efímera en el elogio y el éxito, e irrespetuosa en el reconocimiento del esfuerzo. «El ritmo de lanzamiento de películas, libros, series o espectáculos teatrales condena a la mayoría de las obras a desaparecer poco después de su estreno», leemos en prensa. El sistema necesita producir, consumir, quemar, arrasar. Y volver a producir. Y volver a consumir. También personas.

Se ha normalizado hoy una vida profesionalmente agobiante, en buena parte por exigencia monetaria y en otra por autoexigencia mental. Caminamos sin descanso, como autómatas. Sin rumbo en la mayoría de las ocasiones. Pero sin pausa para la reflexión y el diálogo interior. Caminamos. La ansiedad es hoy innegociable. Un inquilino más en cualquiera de esas casas en las que se lucha para llegar a final de mes. Sin posibilidad de eso que toda la vida se ha definido como perder el tiempo y que es ganarlo un poco.

Con el localizador para llegar antes, con lecturas densas para aprender siempre, con multitarea para que no exista posibilidad de no ser absolutamente productivo. Sin posibilidad de mirar el cielo estrellado sin pretensiones, de caminar por la calle sin escuchar un podcast para aprender chino mandarín, sin correr por placer y sin buscar tu mejor marca personal. La principal causa de la ansiedad social es la obligatoriedad de productividad. Este modelo productivo transformado en mentalidad generacional nos está matando. Él aporta la incertidumbre y la precariedad, nosotros la culpa. Él aporta la caducidad impepinable, nosotros la angustia y la desazón.

Cuidarse pasa por huir de la exigente atmósfera que se respira en casa y que llena las jornada de los niños de innumerables extraescolares de supuesta futura productividad. También de un deporte visto desde la competitividad más feroz y donde no tienen cabida los valores como el compañerismo, el valor de la derrota o la empatía. Vencer, ganar, imponerse desde querubines. Huir de un trabajo que monopoliza físicamente los días y mentalmente las noches, que inventa conceptos (a menudo en inglés) para seguir esclavizándote durante las vacaciones y que te denigra y autoculpabiliza. Dejar el trabajo es quizás el ejercicio más placentero (y al mismo tiempo más complicado) que podremos experimentar en nuestras vidas.

Huir, también, de la ficción perfeccionista del amor romántico, tantas veces cómplice de los patrones consumistas. Huir de la mentira de las redes sociales. Huir de un modo de producción y dispendio que nos obliga a aceptar todo lo anterior para seguir el ritmo. Huir. Huir del sistema que nos está matando a través de la mente. Sin que muchos lo perciban. Sin que otros sepan de dónde le vienen las hostias. Los mercados no tienen cara a pesar de su caradura. Cuidarse también pasa por politizar las causas y colectivizar las consecuencias. La autoayuda puede ser interesante pero solo si no desactiva la lucha contra la raíz. Como dijera alguna vez Fredric Jameson, hoy parece «más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Sobre todo porque son pocos los que luchan contra ese chupóptero fantasma. A pesar de que nos agrede, cada día, a todos y todas.