No soy ingeniero forestal, no tengo conocimientos de gestión de territorio, por suerte hace años que abandoné la política profesional y partidista, lo cual me permite razonar sin prejuicios.

Sólo puedo presumir de un poco de sentido común y pertenecer a un grupo senderista con el que tengo la inmensa suerte de poder transitar la montaña durante todo el año, cada semana, recorriendo multitud de entornos forestales con sus barrancos, fuentes, sendas y pistas.

Ese poco sentido común y esa experiencia, me resultan suficientes para darme cuenta que el actual sistema de gestión de incendios, basado únicamente en la extinción, es insuficiente puesto que llevamos años con incendios cada vez más devastadores, por lo que, paradójicamente, parece que cuanto más se invierte en extinción, más aumenta la virulencia de los incendios.

Gracias a (o por culpa de) los seres humanos, nuestros bosques hace mucho que dejaron de ser espacios naturales. Fueron espacios cultivados (algarrobo, viñas, olivos, almendros, trigo, cebada, alcornoques,…) o plagados de carboneras y hornos para producir cal, y ambos sistemas necesitaban grandes cantidades de leña. A partir de los años 50, la España rural empieza a disminuir y se abandonan esas actividades, con el consiguiente abandono, no sólo de los espacios cultivados, sino también del entorno forestal en el que estaban insertados. La consecuencia (o una de las consecuencias), un aumento desmesurado de los incendios y también de su magnitud por la desaparición de esos cortafuegos cultivados y la falta total de gestión forestal.

¿Y cuál ha sido la respuesta?

Pues la extinción, pura, dura y aislada. Eso sí, usando cada vez más medios y una tecnología más sofisticada que ayuda pero que no soluciona. Nada de estudios de repoblación con especies adecuadas a cada entorno. Nada de posibles planes de quemas controladas. Nada de recurrir al pastoreo forestal con la especie animal adecuada. Nada de recuperar, o al menos mantener los numerosos abancalamientos que existen en el monte y que, poco a poco, van desapareciendo.

Siguiendo una lógica capitalista de rentabilidad (aquí no hay diferencia entre partidos políticos de izquierda o derecha, ni entre sindicatos o empresarios), se dice que todas estas actividades no son rentables. Pues bien, cuando llegue el día en que la prioridad sea respirar aire puro y tener una naturaleza viva, veremos dónde queda el discurso capitalista de la rentabilidad.

Como tantas veces en estos tiempos, nos quedamos siempre en la superficie de los hechos. Lo más visible y en lo único que nos fijamos es en las llamas, tratando (y lamentando) el problema sólo cuando aparece el fuego. Ni rastro de un mínimo plan de gestión integral. Ni rastro de un proyecto multidisciplinar que contemple aspectos sociales, económicos, ambientales, recreativos. Ni rastro que los partidos políticos se tomen en serio y cumplan con las propuestas ecologistas que todos llevan en sus programas electorales y que ningún partido cumple, acabando olvidadas en un rincón.

Semana tras semana, mes tras mes, año tras año, en nuestras salidas senderistas, vemos cómo el monte, abandonado a su suerte y sin ningún tipo de gestión, acumula gran cantidad de matojos, arbustos y malezas varias que finalmente impiden el paso por lugares por donde siempre habíamos podido pasar. Al principio, quizás un pequeño incendio que se consigue apagar, resulta todo un éxito aplaudido por todos. Al año siguiente, ocurre lo mismo. Pero tras varios años o décadas de ‘éxitos’, la montaña no ha dejado de recargarse de combustible y llega un día en que es tal cantidad de materia inflamable, que por mucha tecnología y medios que haya, va a desbordar, será imposible apagarlo y arrasará con todo.

¿Nos suena esta historia?

Y vuelta a empezar. Como no se pudo apagar, se piden más medios para la extinción, y mientras, la falta absoluta de cualquier gestión forestal, provoca que el monte se recargue de nuevo, preparando los próximos pequeños incendios ‘exitosos’ hasta el fatídico incendio final.

Para completar el desaguisado, vemos que los incendios forestales, cuando han empezado a afectar a urbanizaciones, a pueblos, a polígonos industriales, a autovías, a líneas férreas, etc., de pronto ya no son un problema forestal, sino de protección civil, con lo cual, se considera un éxito si el incendio no afecta a esas infraestructuras, olvidando por completo el verdadero problema: La nula gestión forestal y la falta de adecuación del entorno ‘natural’ a las nuevas circunstancias habitacionales, climáticas, ecológicas, recreativas, industriales.

Me parece que si yo, un simple senderista, con un poco de sentido común y sin más conocimientos que los proporcionados por una actitud autodidacta, soy capaz de reflexionar sobre el tema, apuntando causas, consecuencias y posibles actuaciones, alguien en este sufrido país (políticos, universidades, institutos tecnológicos), con más poder, medios y conocimientos, debería dar ya un puñetazo en la mesa y ponerse de una vez, ya en serio, a abordar y tratar de resolver el problema.

Mientras esto no suceda, dejémonos de lamentos y de buscar culpables. Nada cambiará, si la sociedad no toma conciencia que el monte es algo más que un inmenso terreno verde.

Así pues, nosotros a lo nuestro, a llorar sin actuar. No esperemos más. Lloremos hoy, el próximo incendio incontrolable que seguro será mañana.