En el estreno de la Liga de fútbol se han adaptado las normas para permitir la hidratación constante de los jugadores ante las elevadas temperaturas. No es la primera vez ni será la última. Es un ejemplo de adaptación al calentamiento global.

Cuenta una leyenda que un gran éxito político fue cambiar la expresión calentamiento global por la de cambio climático, permitiendo con ello postergar decisiones dolorosas pero necesarias para su mitigación. El argumento es que calentamiento global suena más amenazador que cambio climático. Pero la leyenda, como tantas otras, es falsa, derivada de una simple sugerencia de un consultor y estratega político del partido republicano, Frank Luntz. Un recuento del número de veces que aparecen estas expresiones en comunicaciones científicas muestra que cambio climático siempre se ha utilizado con más frecuencia que calentamiento global porque, de hecho, el aumento de temperaturas es solamente una de las muchas consecuencias del cambio climático.

En todo caso, lo que se venía anunciando ya está aquí, en toda su evidencia. Y tendremos que poner en la agenda mecanismos de adaptación a este fenómeno. Una de las muchas derivadas es el estrés que producen las altas temperaturas en nuestra productividad laboral, y que en el lenguaje de la prevención de riesgos laborales tiene un nombre: estrés térmico. Este concepto está contemplado y regulado en las normativas de prevención de riesgos laborales, sobre todo en aquellos trabajos que se desarrollan al aire libre, porque está demostradísimo que los accidentes laborales aumentan. Un ejemplo clásico es el de la construcción de una autopista en Omán, país situado en Oriente Medio, en el que se registraron 623 accidentes. Los peores se produjeron entre las 11:00 y las 17:00, en los momentos de más calor, por lo que las recomendaciones son de sentido común: vestimentas de colores claros y de materiales que transpiren, una buena hidratación, descansos, y una vida saludable más allá del trabajo.

Incluso con estas medidas, la Organización Internacional del Trabajo ha avanzado que, para la próxima década, ya se habrán perdido el 2,2% de las horas de trabajo en todo el mundo como consecuencia del aumento de la temperatura, siendo la pérdida de productividad más pronunciada en Asia y en África, y en sectores como la agricultura y la construcción. Las pérdidas económicas serán enormes.

Pero las personas que trabajan en lugares cerrados también sufren pérdidas de productividad asociadas a las altas temperaturas. Y, dada la entrada en vigor del real decreto que regula la temperatura en determinados espacios, es pertinente detenernos en esta cuestión. En particular, podemos preguntarnos si es lo mismo trabajar a 22, 26, o 30 grados centígrados. Un estudio realizado por los ingenieros Witterseh, Wyon y Glausen observó cómo reaccionaban las personas trabajando en un ambiente ruidoso, en oficinas abiertas, y con diferentes temperaturas. Los resultados muestran que el incremento de temperatura se relaciona con irritaciones de garganta, nariz y ojos, con dolores de cabeza, y con dificultad para pensar con claridad y concentrarse. Un resultado curioso de este experimento es que un ruido ambiental moderado puede compensar ciertas de las molestias generadas por el calor.

España está en la cola de la Unión Europea en términos de productividad. Esta variable, la de la productividad, se mide a partir de varios indicadores como la tecnología, la organización empresarial, pero también los recursos humanos en aspectos como el absentismo o las bajas laborales. En este sentido, no parece que los aumentos de temperatura vayan a ayudar a mejorar la productividad. Condiciones y dificultades propias del trabajo aparte, sea exterior o interior, y de las medidas que se puedan tomar, las noches de calor intenso no favorecen el descanso, y esto nos repercute a todos. 

Todo esto ya aplica si se consigue limitar el aumento de la temperatura media a 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales. Pero, como avanzan las evidencias, parece que estamos encaminados a un aumento de temperatura todavía superior, en el que nuestros descendientes recordaran con añoranza los veranos fresquitos de 2022.