Friedrich Nietzsche descubrió en el origen filológico de los términos “bueno” o “malo” una contraposición entre lo “excelente” y lo “mediocre”. Así lo parecía en cualquier ámbito cultural humano. En mi opinión, la carga ética que subyace a la bondad o la maldad moral va mucho más allá de este sobresalir o medianía, de otro modo caeríamos en un reduccionismo barato en unos tiempos de relativismo moral postmoderno que parecen afirmar que la verdad no exista, se pueda construir o deconstruir a nuestro antojo e intereses o sencillamente despreciarse…Pero también me gusta explicarle a mis alumnos que la verdad es poliédrica en muchos sentidos y que algo de razón tenía el filósofo cuando adjudicaba al bien la capacidad de destacar sobre lo vulgar, lo superficial. Nuestra sociedad actual necesita que reflexionemos seriamente sobre esta mediocridad que parece haber copado el ambiente, la educación, la propia política, las redes sociales y, en general, cualquier baldosa que pisamos por la calle. Hannah Arendt, filósofa judía que ha iluminado nuestro s. XX, nos dejó para la posteridad una certeza evidente que ha pasado a la historia de la reflexión ética sobre lo moral; ella hablaba de la “banalidad del mal” cuando escribió su famosa obra “Eichmann en Jerusalén” sobre el juicio sumario al mayor diseñador del Holocausto. Eichmann, declaró, se limitaba a “cumplir órdenes”. Bien…no merece mayor comentario: es el ejemplo perfecto del hombre “deshumanizado” por negarse a pensar libremente, por sí mismo, antes de actuar y tomar decisiones vitales. Es el modelo paradigmático de la “despersonalización”.

Hoy el sistema de educación en España ha caído en esta misma medianía, lo siento mucho. Hemos pasado de leyes educativas que buscaban extraer lo mejor de cada alumno en grado máximo de excelencia -como rezaba el epígrafe legal- a perseguir ahora que el alumno alcance “las competencias mínimas necesarias” para promocionar y titular. De perseguir la excelencia a ambicionar lo mínimo. A la obligatoriedad injusta de educar “por ámbitos” en nuestra Comunidad Valenciana también subyace una disolución de varias materias en una especie de “asignatura light-cajón de sastre” que incluya lo “mínimo posible” de cada una para acabar rápido y mal en una formación mediocre que genere mano de obra barata, en el fondo mal cualificada, y, muy en el fondo, de ciudadanos que no sepan demasiado de nada en concreto. Muchos de nuestros chicos aspiran a ser “influencers” en las redes sociales…No son todos, gracias a Dios. Pero son demasiados.

Excelencia ética, decía el filósofo José Luis López Aranguren, es “mantenerse en la verdad -vivir en la verdad y decirla- y en la libertad, en lucha contra la presión social de un mundo que se aparta de ellas por su incapacidad para soportar la verdad y por su “miedo a la libertad””. Así se caracterizaba la virtud de la fortaleza para este pensador. Algo que Nietzsche, en mi opinión, también habría aplaudido. Pero muchos, continuaba, no soportan esta carga y prefieren cambiar la mala conciencia de su propia alienación o “enajenación” (del latín “ălĭēnus”, “propio del otro”, “ajeno”) “a cambio de una “seguridad” aparente y de que otro elija por ellos”. En este punto Nietzsche hubiera aplaudido a rabiar. Yo renuncio públicamente a que mis alumnos alcancen los “mínimos necesarios para promocionar y titular”. No me da la gana. Porque los quiero. Y esa sí es para mí la medida del bien, el amor. Lo siento mucho, pero la bondad al prójimo también busca la excelencia del otro. Se lo explico a cualquier alumno, padre de alumno o inspector educativo sin ningún problema.