Se equivoca Rosa Paz cuando afirma, en estas páginas, que salvo algunos directivos y accionistas, nadie llorará por el impuesto a las energéticas y los bancos. Lo hará, manipulado por políticos y medios de comunicación con intereses poco transparentes, ciudadanía genérica, temerosa de que el sistema (y lo poco que tiene, en comparación a esos grandes magnates) se derrumbe. «Los hosteleros prevén la ruina absoluta con la nueva ley antitabaco», publicaban los periódicos. Corría el 2006. Época de Zapatero. Tiempos de crisis nimias a la espera de la gran debacle. Ahora los medios de comunicación se hacen eco (a menudo sin capacidad ni voluntad crítica) de las soflamas de las diferentes patronales empresariales contra las medidas del Gobierno central, siempre acicaladas por una derecha que sigue con su máxima de que cuanto peor, mejor. Para ellos, claro. Que si las restricciones eléctricas traerán pérdidas millonarias. Que si la subida del salario mínimo interprofesional reportará una crisis empresarial. Que si el mínimo vital hundirá la bolsa. La mayoría de los lemas políticos lanzados a bombo y platillo cuentan con menos de seis meses de caducidad. Pasan del catastrofismo a la parodia, de la supuesta capacidad analítica a la nimiedad más infantil. Algunos no duran ni horas con validez. El meme no es política. La simpleza, tampoco. La vida es compleja y los dirigentes políticos deben aportar luz, no mugre. El problema es que esas arengas que incendian a la población no prescriben junto a sus autores o autoras y siempre hay un «tonto útil» dispuesta a decir cualquier bobada para captar titulares.

Datos de los últimos meses: Las grandes petroleras europeas ganan 53.607 millones en el semestre al calor de la guerra de Ucrania. Las empresas españolas cotizadas en Bolsa ganaron 31.685 millones de euros en el primer semestre de 2022. Repsol reconoce que triplicó el margen de beneficio de sus refinerías en España entre abril y junio coincidiendo con la subida a máximos de los carburantes. Su margen de refino subió un 242 % en el segundo trimestre. Iberdrola aprobó, en plena crisis por el precio de la luz, el mayor dividendo de su historia tras las ganancias récord de 3.885 millones de euros registradas en 2021. Los beneficios empresariales crecieron un 62% en el primer trimestre de 2022, según el Banco de España. Las gasolineras pasaron de ingresar 19,8 millones al día durante abril del año 2021 a 33,7 millones de 2022. La banca se resiste al impuesto que planea el Gobierno tras registrar 15.000 millones de beneficio en 2021. Iberdrola dispara un 1.000 % sus beneficios en renovables tras «vaciar» los pantanos españoles. Podríamos seguir hasta escribir un libro.

A pesar de todo ello, hay parte de la ciudadanía que sigue considerando que el bien colectivo pasa por favorecer los beneficios milmillonarios de esta gente y que, así, por decantación, dicha riqueza acabará llegando a la ciudadanía. Pero claro, son vecinos y vecinas que seguramente votan a un partido que aprobó becas para familias que ganan más de 100.000 euros al año, alrededor de 7.000 euros al mes. O a otro cuyos dirigentes se muestran como defensores de los españoles mientras defienden un neoliberalismo que, por ejemplo, dilapida el futuro de muchos agricultores. Defender los intereses de los magnates mientras uno se mata todos los días para llegar a mil euros de sueldo mensual. Algunos lo llamarán alienación. Otros, ignorancia. Otros, desinterés. Otros, lamebotas aspiracional. Rosa Paz no se equivoca en el fondo. Se equivoca cuando afirma que nadie llorará cuando se les obligue, a las eléctricas y los bancos, a pagar en relación a sus ingresos. Los llorarán los amantes del status quo y aquellos que temen que los cambios modifiquen sus privilegios. Por pocos que sean. Y con ellos, el vecindario que se crea, gracias a campañas publicitarias a menudo vendidas como periodismo, sus lloros.

Los mercados son insolidarios. Y los mercados son esos dirigentes de grandes compañías que quieren dos Lamborghinis en vez de uno, cajas de Moët & Chandon en vez de tinto de verano con La Casera, que prefieren medir su masculinidad a través de los metros de eslora de sus yates. No han pisado un barrio obrero quizá nunca pero su paternalismo elitista les permite decirle a la gente qué deben pensar e incluso votar. No entienden que haya gente que busquen mejorar sus vidas con la instalación de un aire acondicionado que después no podrán activar por el pavor a la factura eléctrica. Hay una gran distancia entre unos y otros. Los intereses de unos, no son los intereses de los otros.