Cuando apenas contaba con veintisiete años y días después de publicar El nacimiento de la tragedia le encargaron a Nietzsche unas conferencias sobre educación que tituló Sobre el porvenir de nuestras escuelas. El objetivo era clarificar las diferencias entre el Estado y las cultura. Su receta era muy sencilla para crear una ciudadanía libre que no estuviera sujeta a los vaivenes del poder y de las ideologías políticas de turno: aprender a leer, saber escribir y hablar en público para defender aquello en lo que se piensa y siente. Si nuestros gestores educativos fueran conscientes de que esta sencilla regla debería ser la base de toda ley educativa, nos dejaríamos de barroquismos pedagógicos que inundan los currículos y que hacen que nuestro sistema educativo perdure, sin remedio, en la UVI de la mediocridad, el abandono temprano de los estudios y en una apatía y distanciamiento del alumnado respecto aquello que aprende y escucha a diario en las aulas. La escuela tiene la misión de «profetizar el futuro en las vísceras del presente», decía el pensador alemán. Sin entrar en la viabilidad de sus palabras, lo que sí quería es que la escuela debería ejercer una función central en el desarrollo de la historia y de la sociedad. ¿No es esa la función de la escuela y la educación? ¿No dicen eso todos los preámbulos de las siete, ocho… leyes educativas que se han aprobado en España?

La cuestión es que en nuestro país la educación se ve con desdén e indiferencia. Veamos qué instituciones son las más valoradas por la ciudadanía española. La escuela y el profesorado ni aparecen. Las más valoradas, en cambio, son el Ejército, la Guardia Civil y la Policía Nacional, es decir, aquellas destinadas a velar por la seguridad. A la cola, partidos y sindicatos. Esta valoración se ha consolidado a raíz de la gestión de la pandemia, pero no deberíamos olvidar que la escuela hizo un esfuerzo titánico, que todavía no se ha valorado, para que dos cursos escolares, que son un mundo, se mantuvieran a flote. Por otro lado, la figura del docente en España se identifica única y exclusivamente por sus vacaciones. No hay una estimación social en el desempeño de su vocación. A todo ello, súmese el uso partidista y torticero de la educación a nivel político. Se dice de forma equivocada que la educación debe salir del debate político. Más lejos de la realidad. La educación es política y no verlo denota analfabetismo e ignorancia. La educación debería ser uno de los temas que más se debatiera en el parlamento, en los medios, en las empresas, en las asociaciones de todo tipo de la sociedad civil. Lo que jamás puede convertirse la educación es en un arma arrojadiza para dividir a la ciudanía con clichés y temas trasnochados que no existen en la realidad diaria del aula. Se requiere ya de un Pacto Nacional por la Educación que posibilite una Ley para las próximas generaciones. Para ello, el mundo docente debe tener la primera y la última palabra. Por último, las instituciones educativas tienen una responsabilidad fundamental en el distanciamiento de la sociedad con la escuela. Lean la LOMLOE, hagan el favor, elijan cualquier materia de un nivel determinado e intenten comprender qué se dice ahí a nivel de competencias, saberes, situaciones de aprendizaje y verán qué poco anclaje tiene con la situación de la escuela y el alumnado de hoy. Cuando no se entiende lo que se escribe es porque lo expresado carece de sentido.

A pesar de todo, los centros educativos, con la apertura de sus puertas y el inicio de su periplo académico, volverán a utilizar sus mejores virtudes, el entusiasmo, la ilusión y la esperanza. Estar en frente de las generaciones jóvenes es un privilegio único. Nietzsche lo describe así en sus conferencias: «Vais a ser la sal de la tierra, la inteligencia del futuro, la semilla de nuestras esperanzas». Educación para el porvenir, educación para entender nuestro hoy y configurar el mañana. Esa es la misión de todas aquellas personas que al llegar el mes de septiembre pensamos si tenemos algo nuevo que decir y enseñar. Ojalá lo encontremos y lo expresemos. Feliz curso.