Siempre ha habido generaciones perdidas, que no sabiendo muy bien cómo, se les ha pasado el turno, de liderar sus padres a hacerlo sus hermanos pequeños. Cuando una cohorte de edad toca poder es difícil el paso rápido a la generación inmediata, y queda olvidada en el vacío de los tiempos, y les acaban arrebatando el puesto los más jóvenes.

Eso también se ha visto truncando en nuestro país, además del ascensor social, hay una invisibilización en lo convencional de los jóvenes de los que casi solo tenemos noticia cuando nos ocupamos de las dificultades de emancipación. Sus canales comunicativos, sus intereses corren paralelos a los de la población más adulta. Los datos ya conocidos son devastadores, la tasa de paro, aunque va cayendo es la más elevada entre la población con un 23,6%, y esta recuperación se ha cimentado en la temporalidad y la parcialidad, prácticamente dos tercios de los españoles entre 18 y 33 años viven en casa de sus padres, y la esperanza emancipatoria real, más allá de compartir piso hasta los cuarenta años, se hace más débil cada día. Alejándonos de los prejuicios a medida que nos acercamos a las cifras, solo el 2,4 % de la juventud inactiva se encuentra, a su vez, sin estudiar, y frente a este pequeño porcentaje, aquellos que trabajan y estudian a la vez suponen más del 32 %. No sé si es la generación más preparada, pero si de las más esforzadas y de las más silentes. Es imprescindible en la innovación de un país que se logre la emancipación de sus jóvenes, sino nos veremos lastrados en dinamismo económico, social y político.

Se echa de menos una conversación intergeneracional en la arena de lo público, donde se opine en pie de igualdad con reputados expertos de más edad. Estamos perdiendo el brillo del entusiasmo, el empuje transformador que solo una mirada joven tiene, y que es imprescindible para arrancar un futuro tan impredecible. Los jóvenes son los que menos votan, menos del 50%, entre 18 y 25 años, lo hicieron en las últimas elecciones generales en este país, siguiendo un patrón histórico. No suponen un gran peso dentro del censo electoral, por lo que tampoco son un público muy buscado por los partidos políticos, son pocos y difíciles. Así el círculo vicioso de la invisibilidad permanece, no participan porque no se sienten identificados, son excluidos de la codecisión en las políticas públicas y el alejamiento es cada vez mayor. Necesitamos voces jóvenes que nos hagan entender su manera de ver el mundo, que nos enseñen todo lo que se nos escapa de las transformaciones sociales, y que nos pulan el cinismo que acumulamos los más que adultos.