Un viejo tópico conservador, aceptado acríticamente incluso por algunos que dicen no serlo, insiste en que todos los políticos son iguales y, más específicamente, que en política económica hay poco margen para los cambios.

Es por ello que cuando la agresión rusa en Ucrania y los efectos colaterales que ha desencadenado (restricciones energéticas, ruptura en las cadenas de suministro, aumento de la inflación, ralentización de la contratación laboral, etc.), amenazan con invertir el ciclo de recuperación económica y social, iniciado a mediados del año pasado tras el fuerte impacto de la pandemia, resulta conveniente, e incluso aleccionador, el análisis comparado de las dos crisis anteriores, la financiera iniciada en 2008 y la provocada por la pandemia en 2020.

Además de su desigual origen e intensidad, lo que diferencia a ambas crisis ha sido el modelo de gestión aplicado, en función de los objetivos (rescate financiero/defensa de empleo) y la metodología utilizados (imposición unilateral/diálogo social) así como de las estrategias desarrolladas de carácter tanto legal (desregulación/derogación de la reforma laboral), como económico (contracción/expansión presupuestaria) y social (recortes y congelación salarial vs prestaciones sociales e incremento del SMI), cuyas diferencias son tan contundentes impugnando el citado tópico que su simple mención resultaría demagógica de no estar, como es el caso, empíricamente acreditadas.

Durante la Gran Recesión el PIB se redujo en un 8,6%, entre 2008 y 2013, mientras que el empleo caía prácticamente el doble (-16,3%) y tardaría once años en recuperar sus niveles previos, poniendo de manifiesto cómo el ajuste se cargaba fundamentalmente sobre los trabajadores por la vía de los despidos hasta superar los 6.200.000 parados (27,2% sobre la población activa), la contratación temporal y la devaluación salarial, con el consiguiente incremento de la desigualdad social.

Pese al shock inicial que supuso la Gran Reclusión provocada por la COVID (en un mes y medio la afiliación a la Seguridad Social disminuyó en 790.000 personas), durante el segundo trimestre de 2020 el empleo cayó menos que el PIB (6,2 y 17,7 por cien, respectivamente) y se recuperó en apenas quince meses, alcanzando máximos históricos por encima de los veinte millones de ocupados a partir de abril de 2022.

En este punto, resulta especialmente significativo constatar que mientras en 2012 el gobierno del PP dedicó 58.000 millones de euros al rescate bancario (de los que hasta hoy apenas se ha recuperado el 10%), en 2020 el gasto público en protección social se incrementó en 31.000 millones, hasta alcanzar actualmente el 22% del PIB, aproximándose a la media europea, en un contexto de diálogo social y gobernanza institucional muy diferente a la etapa anterior.

El factor diferencial entre ambas crisis, por lo que al mercado de trabajo y las relaciones laborales se refiere, ha sido la aplicación primero de un importante escudo social (ERTEs) que habría salvado más de medio millón de empresas y garantizado el salario de 3,5 millones de trabajadores durante los meses más duros de la pandemia (16.000 millones de euros en prestaciones gestionadas por el SEPE), evitando el recurso generalizado al despido como mecanismo de ajuste de las empresas, facilitando luego la recuperación económica de la actividad productiva y la progresiva reducción de la tasa de paro hasta el 12,6% actual. Y tras el acuerdo sobre la reforma laboral se estaría consolidando un cambio cualitativo en la estructura de la contratación en favor del empleo permanente (1,6 millones en el primer semestre de 2022, cuatro veces más que en ejercicios anteriores). Paralelamente, el incremento del SMI en más de un 30% y la progresiva expansión del Ingreso Mínimo Vital que perciben ya mas de medio millón de hogares, estarían contribuyendo a paliar el impacto de la crisis sobre los colectivos más vulnerables de nuestra sociedad, lo que constituye no sólo un imperativo ético de solidaridad sino también un factor de cohesión social e incluso de eficiencia económica, como demuestra el Nobel de Economía Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad.