Para los amantes del tenis como una variante del ballet, Roger Federer ocupa un trono incontestable por estadística alguna, y Rafael Nadal señala la victoria del impostor descarado. Quienes equiparan el arte de la raqueta a un combate brutal, no tienen tiempo para las sutilezas del suizo, y se apuntan a las batallas libradas por el mallorquín hasta el último aliento. De este modo, el ahora jubilado supone más tenis pero menos espectadores, en tanto que el líder mundial en Grand Slams multiplica las audiencias a cambio de popularizar la disciplina. De vulgarizarla, en el veredicto rabioso de los exquisitos. Y no, no puede olvidarse a un Djokovic que en plenitud mejora a sus dos predecesores.

¿Cuántos Grand Slams hubiera ganado el flemático Federer, sin la sorprendente eclosión de un tenista español disfrazado de pirata? Más de una treintena, amenazando incluso la continuidad del tenis más allá de su figura. La irrupción de Nadal acabó con el mito suizo, le obligó a luchar en igualdad de condiciones para acabar humillándolo. No escuche a los expertos, limítese a la confesión del campeón ahora retirado, "fue muy duro psicológicamente sobreponerse a la llegada de Rafa". Y con todos los respetos hacia los desentrañadores de topspins, la prueba del derrocamiento no estaba en la pista, sino en la grada. Las miradas asesinas que Mirka Vavrinec dedicaba al insolente mallorquín, que desafiaba a su entonces novio, solo pueden compararse con la rabia desde la grada de la esposa de Juan Carlos Ferrero, al comprender que su marido jugaría un papel episódico en el palmarés. De ahí la venganza en diferido de Carlos Alcaraz, pero eso es otra historia.

Federer es indiscutible para quienes se acercan al tenis como una ciencia, Nadal ha encarnado a la divinidad para la población en general. Ambos protagonizaron el mejor partido de la historia por unanimidad, la final de Wimbledon en 2008, aunque el secreto es que el mallorquín siguió mejorando. Del mismo modo en que Nadal acabó con Federer, el final ahora anunciado del suizo predice el adiós de su némesis español. Para los profanos, el tenis deja de tener sentido.